lunes, 24 de marzo de 2014

Una historia de amor y medicina


Cuenta Plutarco que Seleuco, rey de Siria, tenía un hijo llamado Antíoco que se enamoró de la segunda esposa de su padre, al que había dado ya un hijo. Se llamaba Estratónice y era muy joven y bella. Antíoco se enamoró tan fuertemente que era imposible vencer su pasión y se fue debilitando tanto que parecía que se condenase a muerte él mismo, porque sentía que su deseo era deplorable, su pasión incurable y perdía la razón. Decidió abandonar la vida y dejarse morir absteniéndose de beber y de comer, fingiendo que sufría de alguna enfermedad interior y secreta en su cuerpo a la que no se encontraba remedio.
Se llamó al célebre médico Erasístrato, quien, después de varios exámenes, se convenció de que el mal del príncipe era mal de amores; lo difícil era averiguar de quién estaba enamorado. Para lograrlo no se movía día y noche de la habitación del joven, y cuando entraba alguna bella joven o algún joven apuesto, que todo podía ser, miraba atentamente la cara de Antíoco y observaba cuidadosamente todas las partes del cuerpo y los movimientos externos, que acostumbran responder a las pasiones y afectos secretos del alma.
Cuando varias veces hubo notado que no reaccionaba ante ninguna visita sino cuando Estratónice entraba sola o en compañía de su esposo Seleuco y se daban en él los signos que Safo atribuye a los enamorados, a saber: que se debilitaba la voz y la palabra, enrojecían sus mejillas, sus ojos se abrían, empezaba a sudar, el pulso parecía más fuerte y más rápido y finalmente caía en postración, quedando como persona transportada fuera del mundo, con acentuada palidez, se dio cuenta de quién estaba enamorado Antíoco y que no queriéndolo confesar se preocupaba de acallar sus sentimientos y disimularlos hasta la muerte. Erasístrato decidió hablar con Seleuco, pero no sabía cómo hacerlo por temor a la reacción del marido, superior tal vez a la del padre. Un día se decidió por fin y le dijo:
        — La enfermedad de tu hijo, ¡oh rey!, es incurable.
        — ¿No hay remedio? ¿Qué tiene? Fuere cual fuere el costo de la medicina, la haré llegar desde el fin del mundo.
        — Tu hijo está enamorado; lo que es peor, es que está enamorado de mi mujer.
        — ¿De tu mujer? ¿Y tú que eres el más querido de mis amigos no eres capaz de sacrificarte para la salud de mi hijo? Repudia a tu mujer, dala en matrimonio a mi hijo. Yo te recompensaré y salvarás la vida de Antíoco, que es lo que más amo en este mundo.
        — Es fácil decirlo, pero ¿qué pasaría si la mujer de quien está enamorado tu hijo fuese la tuya?
        — Quisieran los dioses que así fuere, pues con gusto cedería yo mi esposa con tal de salvar la vida de mi hijo.
        Viendo Erasístrato que Seleuco, con lágrimas en los ojos, estaba dispuesto a cualquier sacrificio le confesó la verdad:
        — Rey, tu hijo está enamorado de Estratónice. Eres padre, marido y rey; puedes ser ahora médico. Tú solo puedes salvar a tu hijo.
        Seleuco hizo reunir al pueblo y ante todos declaró que había decidido coronar a su hijo rey de las mejores provincias de Asia y que le daba a Estratónice como esposa para que reinasen juntos y que estaba seguro de su hijo, que hasta entonces se había mostrado obediente a la voluntad de su padre, no dejaría de aceptar este matrimonio. Por su parte, Estratónice cambió, al parecer con gusto, de marido, dando a entender que lo que parecía un incesto era algo decidido por el rey para el bien de la monarquía y bienestar del pueblo.
        He aquí uno de los primeros casos de medicina psicosomática; es decir, de aquella que cree que muchos males del cuerpo derivan de una enfermedad del espíritu y no al revés, como creía Hipócrates.

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