miércoles, 5 de marzo de 2014

Historias pequeñas

Alain-René Lesage, el autor del Gil Blas de Santillana, había prometido a la duquesa de Bouillon que leería en su casa el manuscrito de su comedia Turcaret.  
Lesage llegó con cierto retraso a la residencia de la duquesa que, en tono ofensivo, le dijo:

            —Me habéis hecho perder una hora esperándoos. 
            —¿Sí? —dijo Lesage—, pues ahora ganaréis dos. 

Y se fue sin leer la comedia.

                                                                                                        

 
Una duquesa francesa tenía relaciones amorosas con el cómico Barón. Hay que considerar que en el siglo XVIII los cómicos eran tenidos por gente vil y despreciable, por ello sólo lo recibía de noche y a solas.

Un día Barón quiso entrar de día en la casa y se presentó en ella cuando la duquesa tenía visitas. Ella hizo como que no le conocía:

—¿Qué buscáis aquí, caballero? —le dijo.
—Vengo a buscar mi gorro de dormir.

                                                                                                          

 
Ana de Austria, regente de Francia, escandalizada de la conducta de Ninón de Lénclos, le mandó que se retirara a un convento cuya elección dejaba a su arbitrio.
            —Decid a la reina —contestó Ninón— que, puesto que puedo elegir, me retiraré a un convento de padres franciscanos.

Ni que decir tiene que la orden fue revocada
                                                                                                          


Francisco I de Francia tuvo un bufón llamado Triboulet al que tenía en gran aprecio. Un día el bufón se extralimitó en sus burlas contra cierto cortesano, que le amenazó que lo haría matar a palos. Triboulet se lo contó al monarca, que le dijo:

            —Si hubiese quien se atreviese a tanto le haría ahorcar una hora después.

            —Señor —respondió el bufón—, os agradecería que le hicieseis ahorcar una hora antes.
 

 

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