martes, 11 de marzo de 2014

Weber


Hallábase en Londres Weber, autor de Freischütz, en 1811, y paseaba en un bote con dos señoras. Tocaba Weber la flauta, pero viendo que en otro bote le seguían muchos oficiales jóvenes, se metió el instrumento en el bolsillo.
— ¿Por qué no seguís tocando? —le preguntó uno de los oficiales.
— Por la misma razón por la que empecé a tocar.
— ¿Y qué razón es ésa?
— Mi gusto.
— Ah, ¿sí? Pues volved a tocar ahora mismo, o será mi gusto echaros al Támesis de cabeza.
Conociendo Weber que la reyerta había espantado a las señoras que con él iban, cedió a la presión de las circunstancias, sacó otra vez la flauta y tocó. Al saltar a tierra, dirigiose a su interlocutor, a quien no había perdido de vista, y le dijo:
— Señor mío, por evitar disgustos a las personas que conmigo iban y a las que iban con vos, he sufrido vuestras impertinencias; pero mañana me daréis cuenta de ellas. En Hyde Park nos veremos a las diez de la mañana. Reñiremos con espada, si os parece, y como el duelo es entre nosotros dos solos, creo inútil comprometer a gente extraña.
Aceptó el oficial, acudió el día siguiente al sitio, halló en él a su adversario y tiró de la espada para ponerse en guardia, pero Weber le apuntó a la garganta una pistola.
— ¿Qué es esto? — gritó, sorprendido, el oficial —. ¿Queréis asesinarme?
— No — respondió tranquilamente el músico —, pero tened la bondad de envainar en seguida y poneros a bailar el minué ahora mismo, si no queréis que os mate.
Quiso resistirse el oficial, pero la firmeza y el severo lenguaje del músico le hicieron tal mella, que de buena o mala gana no tuvo más remedio que bailar.
— Señor mío — le dijo después Weber —, ayer toqué yo la flauta por fuerza; hoy habéis danzado vos de mal grado: estamos en paz. 
Ahora, si queréis satisfacción por armas, estoy a vuestras ordenes.
El oficial le alargó la mano, estrechándosela Weber, y desde entonces hasta la muerte de éste se trataron como buenos amigos.




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