Rossini,
el célebre autor de El barbero de Sevilla
y de tantas óperas más, sufría el acoso de cierto joven con pretensiones de músico
que continuamente le molestaba pidiéndole que corrigiera sus partituras, que,
dicho sea de paso, eran malísimas.
Un día Rossini fue nombrado presidente de un
jurado que había de otorgar un premio a la mejor obra o a quien más hubiera
hecho en favor del arte musical.
El joven compositor que perseguía al
maestro se le presentó, desolado:
—¡Oh, maestro! Estoy desesperado.
Debajo de mi casa se ha instalado un café con orquesta que se pasa toda la
noche tocando música de baile y no me deja escribir ni una nota. ¡Figúrese,
maestro: yo que pensaba presentarme al concurso!
—Y ¿dice usted que por culpa de la
orquesta no puede escribir música?
—Ya le digo, ni una nota.
—Entonces ya sé a quién debemos dar
el premio: a la orquesta del café de su casa.
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