Empecemos desde lejos.
Antes de Julio César todos
los años eran de 365 días; pero la
Tierra tarda 5 horas, 48 minutos y 48 segundos más en
completar la vuelta de su órbita alrededor del Sol, por eso cada cuatro años se
atrasaba casi un día, de modo que si el solsticio de invierno o el día más
breve del año caía, supongamos, el primer día de enero, al cabo de cuatro años
caería el día 2; después de otros cuatro, el día 3, y así en adelante. De donde
se seguía que el mes de enero, que caía en invierno, andando el tiempo hubiera
caído en primavera, después en verano, etc.
Julio César, para corregir
esta deformidad, mandó añadir al año un día cada cuatro años, de donde vino el
año bisiesto. Al día 23 de febrero lo llamaban los romanos sexto de las
calendas; es decir, día sexto antes de las calendas, de marzo; y como en el año
en que se intercalaba o añadía un día, que se hacía en aquel mes y en aquel
día, había dos días sextos, de aquí vino llamar bisiesto —bis sexto— o año de dos días sextos al que constaba de 366 días.
Esta corrección hubiera
sido perfecta si la Tierra
en su curso de 365 días gastase seis horas más, pues éstas en cada cuatro años
harían un día justo. Pero como faltan 44 minutos cada cuatro años, estos
al cabo de 100 años llegan a componer casi un día, de aquí provino que el día
del equinoccio de la primavera, que en el año 325, por ejemplo, en que se
celebró el Concilio Niceno, era el 21 de marzo, se había adelantado al día 11,
porque, en efecto, los once minutos anuales que faltan, como hacen una hora
cada cinco años y medio, componen un día con poca diferencia cada ciento y
tantos años y, por consiguiente, hacían cerca de diez días en los 1255 años que
pasaron desde el año 325 hasta el 1580.
Este defecto había sido conocido ya
por algunos astrónomos. El papa Gregorio XIII, a fin de hacer una corrección
exacta, se valió de los conocimientos del matemático y astrónomo
italiano Luis Lulio; y siguiendo sus consejos, mandó que en el año 1582 se quitasen diez días al mes de octubre, de modo que al día 4 no siguiese el día
5, sino el 15.
Y para precaver en lo sucesivo semejante equivocación, ordenó
que de cada cuatro años centenares, sólo uno fuese bisiesto; esto es, que fuese
bisiesto el año de 1600, pero no los de 1700, 1800 y 1900, siéndolo otra vez el
2000, y no los tres centenares siguientes, y así sucesivamente. Rebajando, pues,
tres años bisiestos, o quitados tres días en cada cuatrocientos años, se rebaja
el producto de los once minutos anuales que sobran, y
pasarán muchísimos siglos sin que sea notable la diferencia.
Como Santa Teresa
murió precisamente el día 4 de octubre de 1582, el día siguiente fue, de
conformidad con lo dispuesto por el papa Gregorio —por esto se llama reforma o
calendario gregoriano— el 15 del mismo mes.
Otra cosa curiosa. Como en
Rusia no se aceptó la reforma hasta después de la implantación del régimen
comunista, la celebración de la
Revolución de Octubre se conmemora en noviembre.
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