lunes, 17 de marzo de 2014

Anécdotas musicales

Los jóvenes que escogen la música como vocación de su vida no pueden permitirse el lujo de ser holgazanes, ni aun antes de cumplir los seis años.

La música es una ocupación que empieza en los años juveniles y, aunque hay muy pocos poetas, pintores u hombres de ciencia que hayan realizado obras maestras antes de los veinticinco años, apenas si se encuentra un músico notable que no haya producido obras importantes antes de llegar a esa edad.
 
Georg Friedrich Händel
Haendel, entre los diez y los trece años de edad, compuso más de cien obras religiosas, y a los veinte años, tenía en su haber las representaciones públicas de tres óperas.
 
La mitad de las obras de Mozart fueron compuestas antes de cumplir los veintiún años; Beethoven era director de ópera a los dieciocho; y Schubert escribió dos sinfonías, tres óperas, gran cantidad de música de cámara, obras religiosas y ciento cuarenta y seis canciones a los dieciocho años.
 
La obertura de Mendelssohn Sueño de una noche de verano fue compuesta cuando su autor tenía diecisiete años; a los nueve Meyerbeer gozaba de fama de virtuoso del piano y el padre de Bellini decía repetidamente que su pequeño Vincenzo había estado escribiendo música mucho antes de la edad en que Mozart había aprendido el Padrenuestro.
 
A los nueve años, Liszt dio su primer concierto; y a los doce se estrenó su ópera Don Sancho en París. Cuando Hermann Levi dirigió la primera sinfonía de Ricardo Strauss, éste acababa de cumplir los diecisiete.
 
Piotr Ilich Tchaikovsky
Tchaikovsky tenía seis años cuando una noche, después que se le hubo permitido escuchar una sesión de música, su institutriz entró en su cuarto encontrándole en una violenta crisis de llanto. 
— ¡La música! —gemía y se lamentaba—, ¡la música! La tengo en la cabeza. No me dejará descansar. ¡Por caridad, libradme de ella!
 
George Gershwin, a los seis años, permaneció cuatro horas descalzo frente a un parque de atracciones con los ojos desmesuradamente abiertos, escuchaba una y otra vez el retintín de una pianola que tocaba la Melodía en fa mayor de Rubinstein.
 
Edward Elgar, a la edad de diez años, yacía, soñando, sobre la hierba, junto al río. Había dibujado cinco líneas paralelas sobre un pedazo de papel. Todos sus nervios estaban en tensión; estaba intentando transcribir la canción que el viento hacía cantar a los juncos.

Todo esto constituye un récord espléndido y deslumbrante, pero la otra cara de la medalla es horrible. 

A la edad en que Shakespeare escribió el Hamlet, Schubert hacía ya cinco años que descansaba en su tumba; cuando Leonardo da Vinci empezó a trabajar en La última cena, se encontraba en una edad en que Mozart hacía más de siete años que estaba muerto; y Beethoven había sido enterrado quince años antes de cumplir la edad que contaba Galileo Galilei cuando concluyó sus Dialoghi delle nuove scienze.

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