Paseaban
un día por el Retiro don Eduardo
Dato y el gran político andaluz Francisco
Bergamín.
Iba preocupado el primero
porque le habían encargado de formar gobierno
y no acababa de completar la lista ministerial.
—¿A
quién haré ministro de la Guerra? —se
preguntó en un momento dado.
Pasaba
por allí una bella muchacha, a la que
siguieron los ojos de Bergamín que, encandilado,
dijo con su acento andaluz:
—Haga
uzté miniztro a éza.
Dato,
que no había visto nada, se paró y dijo:
—¿A
Eza...? Pues no es mala idea.
Y
así, el vizconde de Eza llegó a ser ministro.
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