sábado, 12 de abril de 2014

La medicina homeopática


Christian Friedrich Samuel Hahnemann (n. Meissen, Alemania, 10 de abril de 1755 - f. París, 2 de julio de 1843), más conocido como Samuel Hahnemann, fue un médico sajón, fundador de la homeopatía. 

Samuel Hahnemann
Había empezado su carrera estudiando química, después se lanzó por los caminos de la mineralogía y por fin se dedicó a la farmacia, colocándose como hombre de botica en casa de un farmacéutico. Éste tenía una hija que se enamoró de Hahnemann, que, aunque no era hombre dado a enamoramiento, se casó con ella. La pobre muchacha tuvo que seguir a su marido en peregrinaciones constantes de un hospital a otro, viéndolo cómo se dedicaba a cuidar enfermos, murmurando por lo bajo contra los sistemas de sangrías, purgas y lavativas, que eran los remedios más frecuentes y casi nunca efectivos. Un buen día decide dejar la medicina, pero se arrepiente pronto de su decisión, pensando que algún sistema ha de existir que revele el arte de curar. Pasa un tiempo, unos cuantos años, y se encuentra con once hijos, con miseria y con su casa convertida en un hospital.


Para ganarse la vida traduce libros de medicina, y en uno de ellos encuentra una descripción de la quina, planta originaría del Perú, llamada también chinchonia, del nombre de la condesa de Chinchón, esposa del virrey del Perú, que la popularizó en España y de allí a toda Europa. Descubre que la quinina que se emplea para combatir la fiebre, según se afirma en el libro, también la produce. Hahnemann inmediatamente aplica su sistema y se toma una dosis de quinina y, efectivamente, le sobreviene un ataque de fiebre. Para él se ha hecho la luz y escribe: «Las sustancias que provocan fiebre curan diversas variedades de fiebre intermitente.»
Desde esta frase se puede decir que se inicia la medicina homeopática, que se emplea aún en nuestros días.
Hahnemann continúa sus experimentos sobre él mismo. Un día toma una infusión de digital; a la semana siguiente experimenta con la belladona; más tarde con el mercurio y nota que cada una de estas sustancias producen los mismos efectos que las enfermedades que cura.
Llama a su método homeopatía, que, según el diccionario, es el sistema curativo que aplica a las enfermedades dosis mínimas de las mismas sustancias que, en mayores cantidades, producirían al hombre sano síntomas iguales o parecidos a los que se trata de combatir.
Los farmacéuticos intentan un proceso contra él por entender que se inmiscuye en terrenos propios de su profesión, pero pronto se ve rodeado por discípulos que, contagiados por su fe en la nueva doctrina, se vuelven tan fanáticos como él.
En realidad, su método es un poco curioso de explicar, según sus propias palabras:
«Se toman dos gotas de acónito y se mezcla con 98 gotas de alcohol. Se toman enseguida 29 frascos más, cada uno de los cuales contiene 99 gotas de alcohol, y sucesivamente se va diluyendo una gota del líquido del frasco anterior hasta llegar el último. Tres gotas de esta última disolución son suficientes para curar al enfermo.»
Claro está que esta dosis debe repetirse unas cuantas veces.
Para Hahnemann la enfermedad es la expresión de una determinada persona y el problema consiste en hallar el remedio personal correspondiente.
Durante toda su vida, Hahnemann se vio combatido y enzarzado, cosa que le importaba poco porque, convencido de la bondad de su doctrina, estaba plenamente seguro de que al fin triunfaría.
Tenía Hahnemann ochenta años cuando un día recibió la visita de Melania d'Hervilly. Enferma desde hacía un tiempo, había leído uno de los libros del maestro y le visitaba para ser tratada homeopáticamente por el propio Hahnemann. La joven parisiense curó, pero enfermó del alma, pues se enamoró de su médico. Tras días y días de diálogos sobre filosofía y sobre medicina, ella se le declaró. Se casaron y el amor debía de ser muy vivo, cuando, a la muerte de Hahnemann, pocos años después, Melania hizo embalsamar el cuerpo y lo conservó en casa durante más de una semana.

El día 1 de julio, un dia antes de su muerte, Hahnemann llamó a su esposa y le dijo:

”Ha llegado mi fin. Mi alma subirá hasta Dios. Os dejo la doctrina homeopática. Debes defenderla contra todos los ataques, hacer que fructifique después de mi muerte, teniendo cuidado de que los amigos no le hagan más perjuicio que sus enemigos. Tengo confianza en el futuro. Si sabes mantener el principio de esta verdad, ella misma te ayudará al triunfo. Tengo confianza, repito, porque yo no he sido en la Tierra más que un vil instrumento. La doctrina homeopática no es mía. La verdad no ha nacido en mí. No me pertenece el hallazgo. Si ella viniera de mí, desaparecería conmigo. Ahora bien, me sobrevivirá porque es la quinta esencia de la naturaleza y procede de la reacción natural y viene de Dios.

¡La pequeña dosis! Su empleo es de sentido común.”

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