lunes, 24 de marzo de 2014

Una historia de amor y medicina


Cuenta Plutarco que Seleuco, rey de Siria, tenía un hijo llamado Antíoco que se enamoró de la segunda esposa de su padre, al que había dado ya un hijo. Se llamaba Estratónice y era muy joven y bella. Antíoco se enamoró tan fuertemente que era imposible vencer su pasión y se fue debilitando tanto que parecía que se condenase a muerte él mismo, porque sentía que su deseo era deplorable, su pasión incurable y perdía la razón. Decidió abandonar la vida y dejarse morir absteniéndose de beber y de comer, fingiendo que sufría de alguna enfermedad interior y secreta en su cuerpo a la que no se encontraba remedio.
Se llamó al célebre médico Erasístrato, quien, después de varios exámenes, se convenció de que el mal del príncipe era mal de amores; lo difícil era averiguar de quién estaba enamorado. Para lograrlo no se movía día y noche de la habitación del joven, y cuando entraba alguna bella joven o algún joven apuesto, que todo podía ser, miraba atentamente la cara de Antíoco y observaba cuidadosamente todas las partes del cuerpo y los movimientos externos, que acostumbran responder a las pasiones y afectos secretos del alma.
Cuando varias veces hubo notado que no reaccionaba ante ninguna visita sino cuando Estratónice entraba sola o en compañía de su esposo Seleuco y se daban en él los signos que Safo atribuye a los enamorados, a saber: que se debilitaba la voz y la palabra, enrojecían sus mejillas, sus ojos se abrían, empezaba a sudar, el pulso parecía más fuerte y más rápido y finalmente caía en postración, quedando como persona transportada fuera del mundo, con acentuada palidez, se dio cuenta de quién estaba enamorado Antíoco y que no queriéndolo confesar se preocupaba de acallar sus sentimientos y disimularlos hasta la muerte. Erasístrato decidió hablar con Seleuco, pero no sabía cómo hacerlo por temor a la reacción del marido, superior tal vez a la del padre. Un día se decidió por fin y le dijo:
        — La enfermedad de tu hijo, ¡oh rey!, es incurable.
        — ¿No hay remedio? ¿Qué tiene? Fuere cual fuere el costo de la medicina, la haré llegar desde el fin del mundo.
        — Tu hijo está enamorado; lo que es peor, es que está enamorado de mi mujer.
        — ¿De tu mujer? ¿Y tú que eres el más querido de mis amigos no eres capaz de sacrificarte para la salud de mi hijo? Repudia a tu mujer, dala en matrimonio a mi hijo. Yo te recompensaré y salvarás la vida de Antíoco, que es lo que más amo en este mundo.
        — Es fácil decirlo, pero ¿qué pasaría si la mujer de quien está enamorado tu hijo fuese la tuya?
        — Quisieran los dioses que así fuere, pues con gusto cedería yo mi esposa con tal de salvar la vida de mi hijo.
        Viendo Erasístrato que Seleuco, con lágrimas en los ojos, estaba dispuesto a cualquier sacrificio le confesó la verdad:
        — Rey, tu hijo está enamorado de Estratónice. Eres padre, marido y rey; puedes ser ahora médico. Tú solo puedes salvar a tu hijo.
        Seleuco hizo reunir al pueblo y ante todos declaró que había decidido coronar a su hijo rey de las mejores provincias de Asia y que le daba a Estratónice como esposa para que reinasen juntos y que estaba seguro de su hijo, que hasta entonces se había mostrado obediente a la voluntad de su padre, no dejaría de aceptar este matrimonio. Por su parte, Estratónice cambió, al parecer con gusto, de marido, dando a entender que lo que parecía un incesto era algo decidido por el rey para el bien de la monarquía y bienestar del pueblo.
        He aquí uno de los primeros casos de medicina psicosomática; es decir, de aquella que cree que muchos males del cuerpo derivan de una enfermedad del espíritu y no al revés, como creía Hipócrates.

jueves, 20 de marzo de 2014

Médicos (I)


Anécdotas protagonizadas por médicos.

Un estudiante de medicina gallego y algo patoso. El profesor de Ginecología le preguntó de sopetón:
- A ver. ¿A qué temperatura pondría usted las irrigaciones vaginales?
- A ochenta gradus – contestó el alumno.
- ¡Por Dios… que me la va a escaldar!
Y el gallego, sin inmutarse, machacó:
- ¡Baju ceru!

                                                                                                            

La posición Trendelenburg.

Friedrich Trendelenburg (1844-1924) fue un famoso cirujano alemán. Entre las muchas aportaciones de este cirujano, sin duda la más conocida es la posición de Trendelenburg. Consiste en inclinar la mesa o camilla donde está el paciente de forma que los pies suben y la cabeza baja. Esta maniobra mejora la circulación y es practicada diariamente por miles de médicos en todo el mundo. A menudo, los médicos acortan el nombre de la posición y se refieren simplemente al Tren. En la época en que la anestesia no había llegado al grado de especialización que goza hoy en día, la administraban los practicantes. Aquel día anestesiaba el ayudante del ayudante del segundo practicante. Es decir, alguien que no tenía ni idea. En un momento de la operación, el Dr. Piulachs pidió que le pusieran al enfermo en Tren. El practicante, ni caso. El doctor volvió a decir, con voz más alta:
- Tren, por favor.
Nada.
Amenazante, el cirujano le miró a los ojos y le espetó:
- Venga, hombre. Le he dicho que haga el Tren.
Y el practicante, ni corto ni perezoso, flexionó los brazos y empezó a moverlos en círculos, adelante y atrás, mientras decía:
- Chuff, chuff, chuff. Piiip…

                                                                                                            

La enferma se presentó ante la doctora del seguro y le dijo:
- Mire, a mí me acaban de hacer una histerectomía con salpingoplastia…
La doctora al oírla hablar pensó que la paciente debía trabajar en el ramo de la salud - enfermera, auxiliar de clínica… - pero la enferma prosiguió:
- … pero a mí lo que me pasa es que me pica la alcachofa.

lunes, 17 de marzo de 2014

Anécdotas musicales

Los jóvenes que escogen la música como vocación de su vida no pueden permitirse el lujo de ser holgazanes, ni aun antes de cumplir los seis años.

La música es una ocupación que empieza en los años juveniles y, aunque hay muy pocos poetas, pintores u hombres de ciencia que hayan realizado obras maestras antes de los veinticinco años, apenas si se encuentra un músico notable que no haya producido obras importantes antes de llegar a esa edad.
 
Georg Friedrich Händel
Haendel, entre los diez y los trece años de edad, compuso más de cien obras religiosas, y a los veinte años, tenía en su haber las representaciones públicas de tres óperas.
 
La mitad de las obras de Mozart fueron compuestas antes de cumplir los veintiún años; Beethoven era director de ópera a los dieciocho; y Schubert escribió dos sinfonías, tres óperas, gran cantidad de música de cámara, obras religiosas y ciento cuarenta y seis canciones a los dieciocho años.
 
La obertura de Mendelssohn Sueño de una noche de verano fue compuesta cuando su autor tenía diecisiete años; a los nueve Meyerbeer gozaba de fama de virtuoso del piano y el padre de Bellini decía repetidamente que su pequeño Vincenzo había estado escribiendo música mucho antes de la edad en que Mozart había aprendido el Padrenuestro.
 
A los nueve años, Liszt dio su primer concierto; y a los doce se estrenó su ópera Don Sancho en París. Cuando Hermann Levi dirigió la primera sinfonía de Ricardo Strauss, éste acababa de cumplir los diecisiete.
 
Piotr Ilich Tchaikovsky
Tchaikovsky tenía seis años cuando una noche, después que se le hubo permitido escuchar una sesión de música, su institutriz entró en su cuarto encontrándole en una violenta crisis de llanto. 
— ¡La música! —gemía y se lamentaba—, ¡la música! La tengo en la cabeza. No me dejará descansar. ¡Por caridad, libradme de ella!
 
George Gershwin, a los seis años, permaneció cuatro horas descalzo frente a un parque de atracciones con los ojos desmesuradamente abiertos, escuchaba una y otra vez el retintín de una pianola que tocaba la Melodía en fa mayor de Rubinstein.
 
Edward Elgar, a la edad de diez años, yacía, soñando, sobre la hierba, junto al río. Había dibujado cinco líneas paralelas sobre un pedazo de papel. Todos sus nervios estaban en tensión; estaba intentando transcribir la canción que el viento hacía cantar a los juncos.

Todo esto constituye un récord espléndido y deslumbrante, pero la otra cara de la medalla es horrible. 

A la edad en que Shakespeare escribió el Hamlet, Schubert hacía ya cinco años que descansaba en su tumba; cuando Leonardo da Vinci empezó a trabajar en La última cena, se encontraba en una edad en que Mozart hacía más de siete años que estaba muerto; y Beethoven había sido enterrado quince años antes de cumplir la edad que contaba Galileo Galilei cuando concluyó sus Dialoghi delle nuove scienze.

sábado, 15 de marzo de 2014

Rossini (II)


Rossini, el célebre autor de El barbero de Sevilla y de tantas óperas más, sufría el acoso de cierto joven con pretensiones de músico que continuamente le molestaba pidiéndole que corrigiera sus partituras, que, dicho sea de paso, eran malísimas. 
Un día Rossini fue nombrado presidente de un jurado que había de otorgar un premio a la mejor obra o a quien más hubiera hecho en favor del arte musical.

El joven compositor que perseguía al maestro se le presentó, desolado:

            —¡Oh, maestro! Estoy desesperado. Debajo de mi casa se ha instalado un café con orquesta que se pasa toda la noche tocando música de baile y no me deja escribir ni una nota. ¡Figúrese, maestro: yo que pensaba presentarme al concurso!

            —Y ¿dice usted que por culpa de la orquesta no puede escribir música?
            —Ya le digo, ni una nota.
            —Entonces ya sé a quién debemos dar el premio: a la orquesta del café de su casa.


Vírgenes juradas


Virgen Jurada es el término con el que se nombra, en los Balcanes, a una mujer (biológicamente hablando) que ha elegido, por lo general a una edad temprana, asumir la identidad social de un hombre para la vida. 

Esta tradición se remonta a cientos de años y era necesaria en una sociedad que vivía en clanes tribales y seguía el Kanun, un código legal arcaico. Tan arcaico y opresivo que consideraba a las mujeres propiedad de sus maridos. No podían votar, conducir, hacer negocios, ganar dinero, beber, fumar, jurar, tener un arma de fuego o usar pantalones.
 
Aunque actualmente parece que sólo hay vírgenes juradas en Albania y Kosovo, en el pasado también se hallaban en Serbia y Montenegro. La conversión de estas mujeres a vírgenes eternas no tiene nada que ver con razones religiosas ni políticas sino más bien prácticas tales como no haber un hombre en la familia que pueda heredar las propiedades familiares, honrar a un padre o hermano, acceder a privilegios que siendo mujer no pueden, rechazar un ofrecimiento de matrimonio, las niñas eran comúnmente forzadas a matrimonios concertados, a menudo con hombres mucho mayores, en los pueblos lejanos. En definitiva para poder vivir en unas tierras donde si la vida para los hombres es difícil, para las mujeres lo es aún mucho más.

Hoy son un puñado, es sólo un pequeño grupo el que mantiene esta costumbre que las llevó, casi a la fuerza, a convertirse al sexo opuesto. En aquel momento, convertirse en una virgen jurada o burnesha, término que proviene del albanés Burré (Hombre), era la única posibilidad de elevar a una mujer a la condición de un hombre, lo que le concedía todos los derechos y privilegios de la población masculina. Para manifestar este cambio, las mujeres se cortaban el pelo, se vestían con prendas de hombres y, a veces, incluso cambiaban su nombre. Y lo más importante de todo, tomaban el voto de celibato para permanecer castas de por vida.
Lo más curioso es que estas vírgenes están totalmente aceptadas e integradas socialmente y, de hecho, contar en una familia con alguna de ellas es casi un honor, puesto que la renuncia que hacen de su sexualidad se entiende como un sacrificio honorable.

viernes, 14 de marzo de 2014

El yugo y las Flechas


¿Qué origen tienen el yugo y las flechas que usaba la Falange?

 Según el libro El Trivio y el Cuadivirio, de Joaquín Bastus, editado en Barcelona en 1862, se refiere a una costumbre de los esposos en el siglo XV:
«Solía tomar cada uno de los esposos una empresa o blasón cuya inicial correspondía al nombre del otro; por ejemplo: elegía una Mariposa el caballero cuya esposa se llamaba María y ésta adoptaba la de un Corazón, si el marido se llamaba Carlos »

 Ovando, en sus quincuagenas, hablando de los Reyes Católicos dice: "Entre otras pequeñas pruebas del mutuo afecto que se profesaban Fernando e Ysabel (sic) puede mencionarse que no sólo en la moneda pública, sino aun en sus efectos particulares, en los libros y otros artículos de su propiedad personal, se veían estampadas juntas las iniciales F. Y., o bien el blasón de sus empresas que eran la del Rey un Yugo y la de la Reina un haz de Flechas».

Quien visite San Juan de los Reyes, en Toledo, o cualquier otro lugar mandado construir por los Reyes Católicos verá dicho emblema repetido hasta la saciedad. A veces, el yugo y las flechas van unidos, otras separados. Unas veces las flechas son tres, cinco o seis, pero el emblema se mantiene.

 La Falange no inventó nada, sino que la adopción de este símbolo se produjo a causa de una explicación de un profesor de la Universidad de Granada, Fernando de los Ríos, de inclinaciones socialistas, que en una clase de Derecho Político instruyendo sobre el Estado Fascista y sus símbolos, hizo un apunte en el encerado con un ramillete de flechas entroncadas con un yugo, indicando que ese sería el símbolo del fascismo de haber nacido o surgido en España: “Si algún día hubiese un fascismo español, éste podría ser el emblema”.

 Un alumno asistente a esa clase, Juan Aparicio López, fue el que insinuó la adopción de este símbolo para las JONS de Onésimo Redondo y Ramiro Ledesma. También propuso la bandera roja y negra y el lema «España, una, grande y libre»

Ysabel y Fernando

jueves, 13 de marzo de 2014

Funcionarios


Nos encontramos en París en los años noventa, en las oficinas centrales de correos. La escasa iluminación de la escalera provoca innumerables tropiezos y caídas. Se ha pedido que se instale una lámpara, pero la propuesta ha sido rechazada alegando razones económicas y de presupuesto. En su lugar el encargado decide instalar un cartel advirtiendo del peligro. Sin embargo los empleados de la oficina protestan: en la oscuridad resulta imposible leer dicho cartel.
Solución: instalar una lámpara que ilumine el cartel.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Salto equivocado


Después de que el gobierno de la RDA construyera el muro que dividiría a los alemanes del Este y del Oeste durante casi 30 años, una imagen inmortalizada con una cámara fotográfica dio la vuelta al mundo.
Esta foto muestra a un soldado del ejército comunista que salta por encima de la alambrada con su fusil en mano para conseguir llegar a Berlín Occidental.
Conrad Schumann
Con motivo del 40 aniversario de la construcción del muro, la fábrica alemana de moneda MDM, situada en Braunschweig, acuñó una moneda conmemorativa de plata en cuya cara se podía contemplar una imagen en relieve del célebre “salto hacia la libertad”. Para que se pudiera reconocer que el lugar en el que se produjo fue Berlín, el diseñador decidió colocar la puerta de Brandenburgo en segundo plano.
No obstante, durante más de un año, nadie reparó en un pequeño detalle: la imagen de la famosa puerta de piedra está tomada desde la avenida “Unter den Linden”, es decir, ¡el soldado de la moneda salta desde el Oeste hacia el Este!
Un error histórico, eso sí, acuñado en auténtica plata de ley.


martes, 11 de marzo de 2014

El gabán 37


El conde de Urquijo se hallaba una tarde en el Aero-Club de Madrid. Al salir a la calle se dio cuenta de que hacía frío. Llamó a un botones y le dijo:
— Ve a casa y que te den el gabán treinta y siete.
Varios de sus contertulios se echaron a reír y el conde, sin inmutarse, continuó:
— Ve a casa y que te den mis treinta y siete gabanes.
Poco rato después se paraba un coche frente a la aristocrática sociedad. Estaba lleno de gabanes y el señor conde de Urquijo escogió, ante todos, el gabán treinta y siete que había solicitado.


           

Weber


Hallábase en Londres Weber, autor de Freischütz, en 1811, y paseaba en un bote con dos señoras. Tocaba Weber la flauta, pero viendo que en otro bote le seguían muchos oficiales jóvenes, se metió el instrumento en el bolsillo.
— ¿Por qué no seguís tocando? —le preguntó uno de los oficiales.
— Por la misma razón por la que empecé a tocar.
— ¿Y qué razón es ésa?
— Mi gusto.
— Ah, ¿sí? Pues volved a tocar ahora mismo, o será mi gusto echaros al Támesis de cabeza.
Conociendo Weber que la reyerta había espantado a las señoras que con él iban, cedió a la presión de las circunstancias, sacó otra vez la flauta y tocó. Al saltar a tierra, dirigiose a su interlocutor, a quien no había perdido de vista, y le dijo:
— Señor mío, por evitar disgustos a las personas que conmigo iban y a las que iban con vos, he sufrido vuestras impertinencias; pero mañana me daréis cuenta de ellas. En Hyde Park nos veremos a las diez de la mañana. Reñiremos con espada, si os parece, y como el duelo es entre nosotros dos solos, creo inútil comprometer a gente extraña.
Aceptó el oficial, acudió el día siguiente al sitio, halló en él a su adversario y tiró de la espada para ponerse en guardia, pero Weber le apuntó a la garganta una pistola.
— ¿Qué es esto? — gritó, sorprendido, el oficial —. ¿Queréis asesinarme?
— No — respondió tranquilamente el músico —, pero tened la bondad de envainar en seguida y poneros a bailar el minué ahora mismo, si no queréis que os mate.
Quiso resistirse el oficial, pero la firmeza y el severo lenguaje del músico le hicieron tal mella, que de buena o mala gana no tuvo más remedio que bailar.
— Señor mío — le dijo después Weber —, ayer toqué yo la flauta por fuerza; hoy habéis danzado vos de mal grado: estamos en paz. 
Ahora, si queréis satisfacción por armas, estoy a vuestras ordenes.
El oficial le alargó la mano, estrechándosela Weber, y desde entonces hasta la muerte de éste se trataron como buenos amigos.




domingo, 9 de marzo de 2014

El zapatero y el rey


Leyenda relacionada con la estancia del rey don Pedro en Sevilla, relativa a un arcediano o archidiácono y al hijo de un zapatero.
        Un arcediano de la catedral de Sevilla, hombre iracundo, tuvo cierto día una discusión con un zapatero en el curso de la cual el eclesiástico, lleno de furor, sacando un puñal, le atravesó el corazón de parte a parte.
        Amparándose en su poder y autoridad, el cabildo de la catedral hispalense se reunió y acordó sentenciar al arcediano con la prohibición de decir misa durante un año.
        Al hijo del zapatero le pareció demasiado benigna la sentencia y, decidido a obtener justicia, se la pidió al rey. Éste le preguntó:
        —Y el arcediano, ¿no ha sido castigado?
        —Sí, señor; le han condenado a no decir misa durante un año.
        —Y tú, ¿te crees capaz de matar al arcediano?
        —Sí, señor, en cuanto pueda.
        —Pues hazlo.
        Pocos días después se celebraba una procesión que se interrumpió cuando el zapatero se abalanzó sobre el arcediano, al que dejó seco de una puñalada. Se arremolinaron los circunstantes, que sujetaron al asesino, y se disponían a llevarlo a la cárcel cuando el rey, que asistía a la procesión, los interrumpió ordenando que llevasen al matador ante su presencia.
        — ¿Por qué has matado al arcediano?
        — Porque él mató a mi padre de una puñalada y he querido pagarle en la misma moneda.
El rey se dirigió a los eclesiásticos y les preguntó:

        — ¿Cómo no fue castigado el arcediano por este crimen?
        — Sí, señor; lo fue: fue condenado a no decir misa durante un año.
Y entonces el rey se dirigió al zapatero y le dijo:
        —Anda, vete: yo te condeno a no hacer zapatos durante un año.

Y esta fue la justicia del rey don Pedro 


jueves, 6 de marzo de 2014

Vizconde de Eza


Paseaban un día por el Retiro don Eduardo Dato y el gran político andaluz Francisco Bergamín. 
Iba preocupado el primero porque le habían encargado de formar gobierno y no acababa de completar la lista ministerial.
  —¿A quién haré ministro de la Guerra? —se preguntó en un momento dado. 
 Pasaba por allí una bella muchacha, a la que siguieron los ojos de Bergamín que, encandilado, dijo con su acento andaluz:
 —Haga uzté miniztro a éza. 
 Dato, que no había visto nada, se paró y dijo:
—¿A Eza...? Pues no es mala idea.
 Y así, el vizconde de Eza llegó a ser ministro. 


miércoles, 5 de marzo de 2014

Historias pequeñas

Alain-René Lesage, el autor del Gil Blas de Santillana, había prometido a la duquesa de Bouillon que leería en su casa el manuscrito de su comedia Turcaret.  
Lesage llegó con cierto retraso a la residencia de la duquesa que, en tono ofensivo, le dijo:

            —Me habéis hecho perder una hora esperándoos. 
            —¿Sí? —dijo Lesage—, pues ahora ganaréis dos. 

Y se fue sin leer la comedia.

                                                                                                        

 
Una duquesa francesa tenía relaciones amorosas con el cómico Barón. Hay que considerar que en el siglo XVIII los cómicos eran tenidos por gente vil y despreciable, por ello sólo lo recibía de noche y a solas.

Un día Barón quiso entrar de día en la casa y se presentó en ella cuando la duquesa tenía visitas. Ella hizo como que no le conocía:

—¿Qué buscáis aquí, caballero? —le dijo.
—Vengo a buscar mi gorro de dormir.

                                                                                                          

 
Ana de Austria, regente de Francia, escandalizada de la conducta de Ninón de Lénclos, le mandó que se retirara a un convento cuya elección dejaba a su arbitrio.
            —Decid a la reina —contestó Ninón— que, puesto que puedo elegir, me retiraré a un convento de padres franciscanos.

Ni que decir tiene que la orden fue revocada
                                                                                                          


Francisco I de Francia tuvo un bufón llamado Triboulet al que tenía en gran aprecio. Un día el bufón se extralimitó en sus burlas contra cierto cortesano, que le amenazó que lo haría matar a palos. Triboulet se lo contó al monarca, que le dijo:

            —Si hubiese quien se atreviese a tanto le haría ahorcar una hora después.

            —Señor —respondió el bufón—, os agradecería que le hicieseis ahorcar una hora antes.
 

 

Zamacois


Hace muchos años, era ídolo del Teatro de Variedades de Madrid un actor llamado Ricardo Zamacois.

Un día que se encontraba en el despacho del empresario se presentó un artista francés que ofrecía su compañía cómico-músico-bailable.
El empresario no sabía cómo sacarse de encima aquel plomazo que le auguraba el éxito, muy improbable, de un espectáculo.

—Miguen ustedés —decía el francés— mi espectaculó es algó magavillosó porqué con el bailé se puedé expresar todó: los sentimientós, los deseós, las ambiciones, todó puedé expresarsé con la musicá, todó bailandó.

Zamacois, viendo los apuros del empresario para sacarse de encima a aquel pesado, terció en la conversación.
— ¿De manera que usted dice que todo puede expresarse con el baile?
— Sí, señog, todó.
— Muy bien, pues entonces hágame usted el favor de decirme bailando: «El martes llegará de Cuenca un primo de mi mujer.»

La compañía francesa no fue contratada. 

Santa Teresa murió el 4 de octubre y fue enterrada al dia siguiente 15 de octubre


Empecemos desde lejos. 

Antes de Julio César todos los años eran de 365 días; pero la Tierra tarda 5 horas, 48 minutos y 48 segundos más en completar la vuelta de su órbita alrededor del Sol, por eso cada cuatro años se atrasaba casi un día, de modo que si el solsticio de invierno o el día más breve del año caía, supongamos, el primer día de enero, al cabo de cuatro años caería el día 2; después de otros cuatro, el día 3, y así en adelante. De donde se seguía que el mes de enero, que caía en invierno, andando el tiempo hubiera caído en primavera, después en verano, etc. 

Julio César, para corregir esta deformidad, mandó añadir al año un día cada cuatro años, de donde vino el año bisiesto. Al día 23 de febrero lo llamaban los romanos sexto de las calendas; es decir, día sexto antes de las calendas, de marzo; y como en el año en que se intercalaba o añadía un día, que se hacía en aquel mes y en aquel día, había dos días sextos, de aquí vino llamar bisiesto —bis sexto— o año de dos días sextos al que constaba de 366 días.

Esta corrección hubiera sido perfecta si la Tierra en su curso de 365 días gastase seis horas más, pues éstas en cada cuatro años harían un día justo. Pero como faltan 44 minutos cada cuatro años, estos al cabo de 100 años llegan a componer casi un día, de aquí provino que el día del equinoccio de la primavera, que en el año 325, por ejemplo, en que se celebró el Concilio Niceno, era el 21 de marzo, se había adelantado al día 11, porque, en efecto, los once minutos anuales que faltan, como hacen una hora cada cinco años y medio, componen un día con poca diferencia cada ciento y tantos años y, por consiguiente, hacían cerca de diez días en los 1255 años que pasaron desde el año 325 hasta el 1580. 

Este defecto había sido conocido ya por algunos astrónomos. El papa Gregorio XIII, a fin de hacer una corrección exacta, se valió de los conocimientos del matemático y astrónomo italiano Luis Lulio; y siguiendo sus consejos, mandó que en el año 1582 se quitasen diez días al mes de octubre, de modo que al día 4 no siguiese el día 5, sino el 15. 

Y para precaver en lo sucesivo semejante equivocación, ordenó que de cada cuatro años centenares, sólo uno fuese bisiesto; esto es, que fuese bisiesto el año de 1600, pero no los de 1700, 1800 y 1900, siéndolo otra vez el 2000, y no los tres centenares siguientes, y así sucesivamente. Rebajando, pues, tres años bisiestos, o quitados tres días en cada cuatrocientos años, se rebaja el producto de los once minutos anuales que sobran, y pasarán muchísimos siglos sin que sea notable la diferencia. 

Como Santa Teresa murió precisamente el día 4 de octubre de 1582, el día siguiente fue, de conformidad con lo dispuesto por el papa Gregorio —por esto se llama reforma o calendario gregoriano— el 15 del mismo mes. 

Otra cosa curiosa. Como en Rusia no se aceptó la reforma hasta después de la implantación del régimen comunista, la celebración de la Revolución de Octubre se conmemora en noviembre.


domingo, 2 de marzo de 2014

Giuseppe Verdi (I) Va pensiero sull'ali dórate





Nació el 10 Octubre de 1813 en Roncole (el mismo se hacía llamar el campesino de Roncole) estado de Parma.

En 1832 fue rechazado por el Conservatorio de Milán debido a su juventud y por no presentar "aptitudes para la música".

En 1833 fue director de la Sociedad Filarmónica de Milán.

Afectado por la muerte de su esposa y dos de sus hijos, abandonó la composición en 1840, pero al año siguiente fue convencido por el director de La Scala para escribir Nabucco.

La obra se basa en el Antiguo Testamento: los hebreros, derrotados por las tropas de Nabucco, rey asirio, se lamentan de su desgracia e imploran la ayuda de Jehová para evitar el destierro.

El público italiano asoció el argumento con la situación que estaban viviendo con la opresión austriaca. Sin pretenderlo, Verdi convirtió "Va pensiero, sull'ali dórate" de Nabuco, en el símbolo del Risorgimiento, símbolo del nacionalismo en Italia, al mismo tiempo que el pueblo utilizaba su nombre como acrónimo para aclamar a su rey Víctor Manuel de Saboya,  que se encontraba exiliado durante la ocupación austriaca: ¡VIVA VERDI! (VIVA Vittorio Enmanuelle Re d'Italia)

El famoso "coro de los esclavos" era repetido por el público durante las representaciones a pesar de las prohibiciones de la policía austriaca, que tuvieron que intervenir en numerosas ocasiones, burlándose de esta forma de la censura que estaban sufriendo.

En su testamento dejó escrito que su sepelio fuera modesto y que tuviera lugar al amanecer o por la tarde, a la hora del Ángelus, sin cantos ni música..., pero esto último no pudo cumplirse. La multitud que llenaba las calles de Milán irrumpió con la melodía "Va pensiero sull'ali dórate"

Hoy en día aún simboliza la protesta cívica: El 12 de marzo de 2011 se representó la obra de Nabucco dirigida por Riccardo Muti, con Berlusconi en el palco de honor. Cuando el coro canta "Oh patria mía, tan bella y tan perdida" la gente rompió en una cerrada ovación pidiendo un bis,al mismo tiempo que gritaban "Viva Italia" , "Viva Verdi" y "Larga vida a Italia". El director se dirigió al público, lo incitó a no callar más ante la vergonzosa situación política del país y dirigió un bis coreado por todo el teatro.

Dirigiéndose al público y al propio Berlusconi dijo: Yo he callado durante muchos años. Ahora deberíamos darle sentido a este canto. Les propongo que se unan al coro y que cantemos todos el "Va, pensiero".

El público se puso de pie y acompañó al coro en el canto. Hubo aplausos y lágrimas tanto de los artistas en escena como del público así como lluvia de papeletas que caían del palco superior.