Durante la edad media, la lucha entre cristianos y
musulmanes hizo de Santiago de Compostela una de las capitales del
mundo conocido, destino de tesoros y riquezas. Uno de los lugares con
historia de por aquel entonces. La atracción por estos tesoros es lo que
llevó a los rudos hombres escandinavos a intentar someter a los habitantes de
la península en diferentes ocasiones. La primera incursión vikinga en la
península ibérica se produjo en el año 844 asaltando varios lugares de las
costas de Galicia y Asturias, para ellos Jakobsland (Tierra de
Santiago). Tras algunos incendios y saqueos, acabaron siendo repelidos por
el Rey Ramiro I.
En el año 843, los vikingos descendieron hasta el
sur de Europa hasta alcanzar las costas de Francia. Se establecieron en Bayona
y continuaron por la costa cántabra hasta que desembarcaron en
Gijón, el primer lugar en el que los vikingos hicieron de las suyas,
saqueando todo lo que se encontraban a su paso. Alcanzaron la Torre de
Hércules, luego Lisboa y después el estrecho de Gibraltar. Tomaron Cádiz
para extenderse por el Guadalquivir.
Tras el incendio de la ciudad gallega
de Tuy en 1015, cuenta la leyenda cántabra que decenas de
vikingos desembarcaron en la Playa de Laredo, y como la mayoría de los
hombres de la zona se encontraban en plena campaña contra los musulmanes,
fueron las mujeres las que tuvieron que darles la bienvenida…
Y lo hicieron invitando a los vikingos a una fiesta
en la que se les sirvió vino de Ribadavia con generosidad. Alguna
bruja debía haber entre aquellas mujeres, pues dentro de la bebida habían
echado una sustancia hecha a partir de las hojas de boj. Tras varias copas
del supuesto vino, los vikingos que habían bebido, o sea todos, quedaron
completamente paralizados. Las mujeres, que habían cambiado ya sus caras
amigables por expresiones de satisfacción y pillería, cogieron a los vikingos y
los depositaron, como si fueran objetos inmóviles, en una gran caverna que
había debajo del pueblo, y allí deben de seguir…
Tiempo más tarde, unos pastores cántabros vieron en la costa, a
lo lejos, las características velas cuadradas de los barcos vikingos y corrieron
a dar la voz de alarma. Los habitantes del pueblo se escondieron donde
pudieron mientras el conde de Laredo se preparaba para repeler el ataque. Cuando
se acercaron a la playa, se encontraron con que los vikingos simplemente
querían descansar un poco tras una larga y fatigosa travesía.
Justamente por eso expresaron su intención de
regresar a aquel lugar con el fin de establecer un puerto donde los vikingos pudieran
hacer escala cuando realizaban viajes a y desde el Mediterráneo. La petición
les fue admitida, pero con la condición de que no usasen sus armas en tierra y
respetasen a los cristianos, aunque se les permitió que pudiesen tomar mujeres
del valle como compañeras.
No hay noticias de que tal proyecto llegara a
realizarse, pero es posible que aquellos vikingos no llegaran a irse de aquel
bonito paraje donde había tantas bellas mujeres. Su perdición.
De ahí
puede venir el hecho de que, durante siglos, las mujeres del valle de Liendo
sólo quisieran casarse con hombres que consideraban descendientes de aquellos
vikingos.
Ojáncanu |
También resulta curioso que en el folclore cántabro haya
permanecido la figura del ojáncanu, un gigantón barbudo con un solo ojo al
que acompañan dos cuervos que le informan de lo que ocurre por los
alrededores, como si fuera una deformación de Odín, el dios principal
de la mitología nórdica.
Fue en Cantabria donde se halló la piedra vikinga
que ya no existe. Fue destruida en los años 80 del siglo XX.
Apareció
en Gornazo (Miengo, Cantabria) y era un bloque calizo de 2,5 por 2 metros y
casi 1 metro de espesor, aparentemente natural y de color ligeramente
amarillento. Se encontraba tumbada en un prado junto a la cueva de La Zorra
(actualmente tapada), que se localiza en una pequeña elevación
dominando la desembocadura de la ría del Pas que tal vez sirvió de oteadero de
ballenas. Originalmente enterrada, la piedra se descubrió al
construirse un camino en la zona, pero desafortunadamente fue picada hasta
quedar totalmente destruida. Su particularidad reside en que hacia el
centro de una de las caras, planas, tenía grabado en incisión fina-media una
serie de dibujos entre los que se podía observar la figura de un gran barco del
que salía una gran cabeza humana y posibles velas, así como otros dibujos
de más difícil clasificación, como un posible arpón.
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