Esta es la historia de uno de los mayores engaños del
espionaje inglés contra Alemania durante la Segunda Guerra Mundial.
En esta primera parte, el relato lo hace Ewen E. S.
Montagu, por aquel entonces miembro de
la División de Inteligencia Naval del Almirantazgo británico y encargado de
llevar a cabo dicho engaño.
...En el cementerio de la ciudad española de
Huelva, situada sobre el Atlántico andaluz y a 200 kilómetros al Norte de
Gibraltar, está enterrado un súbdito inglés. Murió de pulmonía entre las
húmedas nieblas que el otoño de 1942 descargó sobre Inglaterra, y sin suponer,
ni mucho menos, que iba a reposar para siempre bajo el brillante cielo de
España. En vida, este súbdito
inglés no había hecho nada destacable por su país, al que, después de la
muerte, prestó un servicio espléndido, un servicio que salvó probablemente las
vidas de millares de soldados aliados.
La historia empieza en el otoño de 1942, cuando
la invasión de África del Norte discurría normalmente por el camino del éxito.
El plan general de operaciones preveía seguidamente el ataque a Sicilia, y los
alemanes tenían que sospechar, sin duda, que Sicilia iba a ser el próximo
objetivo aliado. ¿Qué se podría hacer para inducirles a pensar lo contrario y a
dispersar sus fuerzas sobre otros puntos de atención?
Un miembro de nuestro Servicio de Seguridad
aventuró una sugerencia. Los alemanes sabían que nuestros oficiales llegaban
continuamente al Norte de África en aviones que sobrevolaban las costas
españolas. ¿Por qué no abandonar en estas aguas un cadáver portador de
documentos falsificados, como si procediese de un avión caído? Si el cadáver
llegaba a tierra llevado por las olas, era casi seguro que los documentos
caerían en manos de agentes alemanes.
Surgía un problema: los muertos no respiran. Si
un cadáver es depositado en el agua, sus pulmones permanecen vacíos y, por
consiguiente, una autopsia simple podía dar con el truco de que el cuerpo
estaba ya muerto antes de tomar contacto con el mar. La sospecha de la
superchería hubiera sido inmediata.
Ewen Montagu |
Sin revelar detalles, obtuvimos el
consentimiento de los parientes del muerto, con la condición de que su
identidad permaneciese secreta. Baste decir aquí que el finado, un hombre de
apenas treinta años, fue desde aquel momento “el Mayor Guillermo Martin, de la Marina Real ”. El
cadáver fue depositado en una cámara frigorífica mientras terminábamos de
perfilar nuestro plan.
Decidimos, desde el principio, que el documento
engañoso debía partir de una altísima autoridad; no hubiera sido suficiente una
simple indiscreción entre dos generales de segundo orden. Fingimos un escrito
del General Sir Archibaldo Nye, Segundo Jefe del Estado Mayor Imperial, al
General Alexander, en aquellos días comandante en África del Grupo 18º. La
carta era una explicación confidencial de los motivos por los que Alexander no
conseguía obtener lo que deseaba de los Jefes de Estado Mayor. Dejaba entender,
por deducción, que el objetivo que nos proponíamos atacar en el Mediterráneo
occidental no era Sicilia.
En la carta tuvimos buen cuidado de indicar dos
puntos falsos como posibles objetivos inmediatos: uno en Grecia y el otro, no
detallado en la carta, en algún punto del Mediterráneo del Oeste. La carta,
además, aclaraba que nosotros deseábamos hacer creer a los alemanes que el
desembarco tendría lugar en Sicilia, sirviéndonos de esta isla sólo para
distraer al enemigo y encubrir nuestras verdaderas intenciones. De este modo,
si los alemanes “picaban”, cualquier indiscreción acerca de Sicilia hubiera
sido considerada un elemento más de nuestra jugarreta estratégica, una parte
más de la mentira. Deseábamos reforzar aún la treta.
Aparte de la carta, decidimos proveer al Mayor
Martin de una comunicación de Lord Luis Mountbatten para el Almirante Sir
Andrés Cunningham, comandante en jefe del Mediterráneo. La comunicación aludía
a la misión del Mayor y concluía: “Creo que encontrará en Martin al hombre
adecuado, pero os ruego volvérmelo a mandar apenas haya terminado el ataque.
Podría, de paso, traemos unas sardinas...
¡aquí están racionadas!”
Pensé que esta broma, un poco forzada, debía
gustar a los alemanes y contribuir a indicarles Cerdeña (Sardegna, en italiano)
como objetivo del ataque.
Otro obstáculo a superar era el documento de
identidad del Mayor Martin con su correspondiente fotografía. Era
descorazonador comprobar el irremediable aire de muerto que aparecía en todas
las fotos que obtuvimos de él. De pronto, un día, durante una reunión, vi que
al otro lado de la mesa, justamente frente a mí, estaba un perfecto doble del Mayor Martin. Lo convencimos y
le retratamos. El parecido era extraordinario.
Ahora se trataba de dar una personalidad a
nuestro cadáver. Decidimos que Martin era un joven oficial de notable ingenio y
muy experto en desembarcos, motivo por el que había sido enviado al Norte de
África. Sin embargo, era también un poco derrochón y económicamente manirroto:
una carta del Banco Lloyds, con fecha del 14 de abril de 1943, lo instaba a
saldar una cuenta al descubierto de casi 80 libras esterlinas...
Factura del anillo de bodas |
El Mayor Martin llevaba asimismo consigo los
habituales efectos personales y las acostumbradas minucias e insignificancias:
una ficha de farmacia con su peso, reloj de pulsera, cigarrillos, billetes
viejos de autobús, trocitos de papel, llaves... Decidimos también que, con toda
posibilidad, había llevado a su novia al teatro la noche anterior a su partida
de Inglaterra y, en consecuencia, le pusimos en el bolsillo dos billetes usados
para la comedia Strike a New Note, representada
en Londres la víspera de iniciarse su viaje, el 22 de abril.
Ya estaban completos los preparativos del
engaño.
No había más que abandonar el cadáver a la
altura de Huelva, un puerto del Sudoeste español cercano a la frontera
portuguesa. Su destino normal era que los españoles lo entregasen al vicecónsul
inglés a fin de que éste procediera a su enterramiento. Confiábamos, sin
embargo, en que algún agente de Alemania se apresurase a sacar copia de los
documentos que el cadáver llevaba..., y nuestra confianza no nos falló.
Por una coincidencia afortunada, el submarino
“Seraph”, al mando del teniente Jewell, tenía que zarpar para Malta sobre la
fecha establecida por nosotros. El año anterior, Jewell había desembarcado y
reembarcado furtivamente al General Mark Clark en África del Norte, antes de
que se produjese la invasión aliada, y transportó asimismo en su nave al
General Giraud cuando éste escapó de la Francia ocupada.
Me informé de las condiciones atmosféricas
predominantes a la altura de Huelva: la fortuna me sonrió nuevamente. El viento
soplaría hacia la costa.
Pedimos, en fin, aprobación al primer Ministro,
Churchill. Era necesario advertirle que, si los alemanes descubrían nuestro
juego, Sicilia sería indudablemente identificada como el objetivo aliado. Pero
Churchill dio su consentimiento y dispuso que el General Eisenhower, comandante
supremo de la operación sobre Sicilia, fuera a su vez informado de todo.
El “Seraph” levó anclas a las seis de la tarde
del 19 de abril de 1943, llevando a bordo al famoso Mayor Guillermo Martin...
mantenido en hielo artificial en una caja metálica de dos metros.
Durante diez días, el “Seraph” navegó en la
superficie solamente de noche. El 30 de abril estaba a 1.500 metros de
Huelva, no avistado por nadie y en perfecto horario. A las cuatro y media de la
madrugada, hora establecida, la caja fue izada a cubierta y el Mayor Martin
depositado en el agua. Jewell le infló el chaleco salvavidas y cuatro jóvenes
oficiales le escucharon, con la cabeza inclinada, murmurar los oficios
fúnebres. Después, con un ligero empujón, el Mayor Martin partió para la
guerra.
Un kilómetro más allá, Jewell arrojó al mar el
bote de goma de uno de nuestros aviones con un solo remo de aluminio para
simular precipitación.
Cilindro con hielo seco que albergó el cuerpo del Mayor Martin durante el traslado a aguas españolas |
Hasta aquí todo iba bien. En efecto, todo lo
que concernía al cadáver se ajustaba a nuestras previsiones y esperanzas... aunque nada se nos había dicho por lo que
tocaba a los documentos.
El 4 de mayo cursamos un mensaje “urgente
secretísimo”, comunicando que el Mayor Martin llevaba consigo documentos, algunos
de los cuales eran “sumamente importantes y secretos”. Habría que hacer al
Gobierno de la España
neutral petición inmediata para que nos devolviesen todos esos documentos.
Entretanto, el agente de espionaje alemán en
Huelva no había perdido el tiempo. Enterado de la existencia de los sobres y de
la importancia de sus destinatarios, dio cuenta de ello a sus superiores. El
jefe del Almirantazgo español envió los documentos a nuestro consejero de
Embajada el 13 de mayo, informándole de que nada faltaba en el envío.
Pedimos entonces que se colocara una lápida
sobre la tumba, lápida que aún está sobre ella. (Pamela mandó una corona).
Finalmente, hicimos inscribir el nombre del Mayor Martin en la lista de los
caídos en guerra que se publicó en el Times
del 4 de junio.
El buen éxito, al mes siguiente, del desembarco
en Sicilia fue una demostración evidentísima de que nuestra estratagema había
dado pleno fruto, y lo confirmó así el hallazgo de algunos documentos apresados
al enemigo.
Un día, mucho después de haber terminado la
guerra, el oficial británico encargado del examen de los archivos navales
alemanes que poseíamos, fue a informar al vicedirector de nuestro Servicio
Secreto acerca de cierto descubrimiento alarmante.
—Un alto oficial del Ejército —dijo con voz horrorizada— ha cursado
cartas secretísimas, al parecer de modo irregular, y aquellas cartas cayeron en
manos alemanas...
Tarjeta de Identidad del Mayor Martin |
El Alto Mando alemán envió desde Francia toda
una división acorazada al Peloponeso, en Grecia, para proteger las
comunicaciones entre las playas de Cabo Aroxos y de Kalamata, citadas en el
documento del Mayor Martin. Fue una laboriosa operación que excluyó a la
división del frente durante cierto tiempo.
El Alto Mando ordenó además que se instalasen
vastos campos de minas a todo lo largo de las costas griegas, se previniesen
baterías costeras y se dispusieran bases de dragaminas, puestos de mando y
servicios de redoblada vigilancia en la costa. En junio, una escuadra completa
de dragaminas fue enviada de Sicilia a Grecia...
Al Oeste, el mariscal Keitel en persona firmó
una orden del Mando Supremo de las Fuerzas Armadas Alemanas que disponía “el
refuerzo de Cerdeña”. Una fuerte unidad acorazada fue enviada en previsión a
Córcega y se mejoraron las defensas de la costa Norte de Sicilia (donde no
desembarcamos) contra un eventual ataque de expansión durante la invasión
“básica” de Cerdeña.
Incluso después del comienzo de las operaciones
en Sicilia, el Alto Mando alemán dispuso una vigilancia especial en el estrecho
de Gibraltar, en previsión de que convoyes directos de los aliados atacasen
Córcega y Cerdeña. En otros documentos se afirmaba amargamente que el envío de
los dragaminas a Grecia había abierto una brecha fatal en las defensas con que
contaba Sicilia.
El éxito de la “misión” del Mayor Martin puede
medirse perfectamente por las palabras del mariscal Rommel, cuyas cartas
personales revelan hasta qué punto y durante la invasión aliada en Sicilia, las
defensas alemanas fueron alejadas de su objetivo “a causa del hallazgo en aguas
españolas del cadáver de un mensajero diplomático inglés”.
Hitler mismo debió ver los documentos, porque
el almirante Dönitz escribió en su diario estas palabras: “El Führer no está de
acuerdo... con que el punto más probable de una invasión sea Sicilia. Según su
opinión, los documentos anglosajones descubiertos confirman que el ataque será
dirigido especialmente contra Cerdeña y el Peloponeso”...
Hasta aquí la historia, tal y como la relata Ewen
E. S. Montagu, protagonista del engaño.
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