jueves, 21 de agosto de 2014

El hombre que nunca existió (Parte I)

Esta es la historia de uno de los mayores engaños del espionaje inglés contra Alemania durante la Segunda Guerra Mundial.
En esta primera parte, el relato lo hace Ewen E. S. Montagu, por aquel entonces miembro de la División de Inteligencia Naval del Almirantazgo británico y encargado de llevar a cabo dicho engaño.

...En el cementerio de la ciudad española de Huelva, situada sobre el Atlántico andaluz y a 200 kilómetros al Norte de Gibraltar, está enterrado un súbdito inglés. Murió de pulmonía entre las húmedas nieblas que el otoño de 1942 descargó sobre Inglaterra, y sin suponer, ni mucho menos, que iba a reposar para siempre bajo el brillante cielo de España. En vida, este súbdito inglés no había hecho nada destacable por su país, al que, después de la muerte, prestó un servicio espléndido, un servicio que salvó probablemente las vidas de millares de soldados aliados.
La historia empieza en el otoño de 1942, cuando la invasión de África del Norte discurría normalmente por el camino del éxito. El plan general de operaciones preveía seguidamente el ataque a Sicilia, y los alemanes tenían que sospechar, sin duda, que Sicilia iba a ser el próximo objetivo aliado. ¿Qué se podría hacer para inducirles a pensar lo contrario y a dispersar sus fuerzas sobre otros puntos de atención?
Un miembro de nuestro Servicio de Seguridad aventuró una sugerencia. Los alemanes sabían que nuestros oficiales llegaban continuamente al Norte de África en aviones que sobrevolaban las costas españolas. ¿Por qué no abandonar en estas aguas un cadáver portador de documentos falsificados, como si procediese de un avión caído? Si el cadáver llegaba a tierra llevado por las olas, era casi seguro que los documentos caerían en manos de agentes alemanes.
Surgía un problema: los muertos no respiran. Si un cadáver es depositado en el agua, sus pulmones permanecen vacíos y, por consiguiente, una autopsia simple podía dar con el truco de que el cuerpo estaba ya muerto antes de tomar contacto con el mar. La sospecha de la superchería hubiera sido inmediata.
Ewen Montagu
Nos pusimos discretamente a hilar cabos científicos y médicos, en los ambientes especializados del ejército, a fin de encontrar un cadáver cuya muerte pudiera ser atribuida a asfixia por inmersión, y finalmente nos llegó un informe: se disponía de un hombre recién muerto de pulmonía, y cuando se muere de esta enfermedad los pulmones están anegados de líquido.
Sin revelar detalles, obtuvimos el consentimiento de los parientes del muerto, con la condición de que su identidad permaneciese secreta. Baste decir aquí que el finado, un hombre de apenas treinta años, fue desde aquel momento “el Mayor Guillermo Martin, de la Marina Real”. El cadáver fue depositado en una cámara frigorífica mientras terminábamos de perfilar nuestro plan.
Decidimos, desde el principio, que el documento engañoso debía partir de una altísima autoridad; no hubiera sido suficiente una simple indiscreción entre dos generales de segundo orden. Fingimos un escrito del General Sir Archibaldo Nye, Segundo Jefe del Estado Mayor Imperial, al General Alexander, en aquellos días comandante en África del Grupo 18º. La carta era una explicación confidencial de los motivos por los que Alexander no conseguía obtener lo que deseaba de los Jefes de Estado Mayor. Dejaba entender, por deducción, que el objetivo que nos proponíamos atacar en el Mediterráneo occidental no era Sicilia.
En la carta tuvimos buen cuidado de indicar dos puntos falsos como posibles objetivos inmediatos: uno en Grecia y el otro, no detallado en la carta, en algún punto del Mediterráneo del Oeste. La carta, además, aclaraba que nosotros deseábamos hacer creer a los alemanes que el desembarco tendría lugar en Sicilia, sirviéndonos de esta isla sólo para distraer al enemigo y encubrir nuestras verdaderas intenciones. De este modo, si los alemanes “picaban”, cualquier indiscreción acerca de Sicilia hubiera sido considerada un elemento más de nuestra jugarreta estratégica, una parte más de la mentira. Deseábamos reforzar aún la treta.
Aparte de la carta, decidimos proveer al Mayor Martin de una comunicación de Lord Luis Mountbatten para el Almirante Sir Andrés Cunningham, comandante en jefe del Mediterráneo. La comunicación aludía a la misión del Mayor y concluía: “Creo que encontrará en Martin al hombre adecuado, pero os ruego volvérmelo a mandar apenas haya terminado el ataque. Podría, de paso, traemos unas sardinas... ¡aquí están racionadas!”
Pensé que esta broma, un poco forzada, debía gustar a los alemanes y contribuir a indicarles Cerdeña (Sardegna, en italiano) como objetivo del ataque.
Otro obstáculo a superar era el documento de identidad del Mayor Martin con su correspondiente fotografía. Era descorazonador comprobar el irremediable aire de muerto que aparecía en todas las fotos que obtuvimos de él. De pronto, un día, durante una reunión, vi que al otro lado de la mesa, justamente frente a mí, estaba un perfecto doble del Mayor Martin. Lo convencimos y le retratamos. El parecido era extraordinario.
Ahora se trataba de dar una personalidad a nuestro cadáver. Decidimos que Martin era un joven oficial de notable ingenio y muy experto en desembarcos, motivo por el que había sido enviado al Norte de África. Sin embargo, era también un poco derrochón y económicamente manirroto: una carta del Banco Lloyds, con fecha del 14 de abril de 1943, lo instaba a saldar una cuenta al descubierto de casi 80 libras esterlinas...
Factura del anillo de bodas
Todos los oficiales jóvenes tienen algún asuntillo sentimental, y el Mayor Martin había conocido poco antes a una graciosa muchacha llamada Pamela; en su cartera aparecían una fotografía y dos cartas de la chica. Las cartas habían sido dobladas en muchos pliegues para dar la impresión de las muchas relecturas con que el entusiasmo del Mayor las había tratado. Probablemente, este amorío era el culpable de su descubierto bancario, ya que el Mayor tenía también en el bolsillo una factura de 53 libras por la compra de un anillo de boda...
El Mayor Martin llevaba asimismo consigo los habituales efectos personales y las acostumbradas minucias e insignificancias: una ficha de farmacia con su peso, reloj de pulsera, cigarrillos, billetes viejos de autobús, trocitos de papel, llaves... Decidimos también que, con toda posibilidad, había llevado a su novia al teatro la noche anterior a su partida de Inglaterra y, en consecuencia, le pusimos en el bolsillo dos billetes usados para la comedia Strike a New Note, representada en Londres la víspera de iniciarse su viaje, el 22 de abril.
Ya estaban completos los preparativos del engaño.
No había más que abandonar el cadáver a la altura de Huelva, un puerto del Sudoeste español cercano a la frontera portuguesa. Su destino normal era que los españoles lo entregasen al vicecónsul inglés a fin de que éste procediera a su enterramiento. Confiábamos, sin embargo, en que algún agente de Alemania se apresurase a sacar copia de los documentos que el cadáver llevaba..., y nuestra confianza no nos falló.
Por una coincidencia afortunada, el submarino “Seraph”, al mando del teniente Jewell, tenía que zarpar para Malta sobre la fecha establecida por nosotros. El año anterior, Jewell había desembarcado y reembarcado furtivamente al General Mark Clark en África del Norte, antes de que se produjese la invasión aliada, y transportó asimismo en su nave al General Giraud cuando éste escapó de la Francia ocupada.
Me informé de las condiciones atmosféricas predominantes a la altura de Huelva: la fortuna me sonrió nuevamente. El viento soplaría hacia la costa.
Pedimos, en fin, aprobación al primer Ministro, Churchill. Era necesario advertirle que, si los alemanes descubrían nuestro juego, Sicilia sería indudablemente identificada como el objetivo aliado. Pero Churchill dio su consentimiento y dispuso que el General Eisenhower, comandante supremo de la operación sobre Sicilia, fuera a su vez informado de todo.
El “Seraph” levó anclas a las seis de la tarde del 19 de abril de 1943, llevando a bordo al famoso Mayor Guillermo Martin... mantenido en hielo artificial en una caja metálica de dos metros.
Durante diez días, el “Seraph” navegó en la superficie solamente de noche. El 30 de abril estaba a 1.500 metros de Huelva, no avistado por nadie y en perfecto horario. A las cuatro y media de la madrugada, hora establecida, la caja fue izada a cubierta y el Mayor Martin depositado en el agua. Jewell le infló el chaleco salvavidas y cuatro jóvenes oficiales le escucharon, con la cabeza inclinada, murmurar los oficios fúnebres. Después, con un ligero empujón, el Mayor Martin partió para la guerra.
Un kilómetro más allá, Jewell arrojó al mar el bote de goma de uno de nuestros aviones con un solo remo de aluminio para simular precipitación.
Cilindro con hielo seco que albergó el cuerpo
del Mayor Martin durante el traslado a aguas españolas
En la misma mañana, y apenas amanecía, un pescador español descubrió el cuerpo cerca de la orilla. Rescatado por las autoridades y hecha la autopsia, el veredicto consiguiente fue: “Asfixia por inmersión en el mar”. El vicecónsul inglés fue debidamente informado, y el 2 de mayo de 1943, el Mayor Martin fue sepultado con todos los honores militares.
Hasta aquí todo iba bien. En efecto, todo lo que concernía al cadáver se ajustaba a nuestras previsiones y esperanzas... aunque nada se nos había dicho por lo que tocaba a los documentos.
El 4 de mayo cursamos un mensaje “urgente secretísimo”, comunicando que el Mayor Martin llevaba consigo documentos, algunos de los cuales eran “sumamente importantes y secretos”. Habría que hacer al Gobierno de la España neutral petición inmediata para que nos devolviesen todos esos documentos.
Entretanto, el agente de espionaje alemán en Huelva no había perdido el tiempo. Enterado de la existencia de los sobres y de la importancia de sus destinatarios, dio cuenta de ello a sus superiores. El jefe del Almirantazgo español envió los documentos a nuestro consejero de Embajada el 13 de mayo, informándole de que nada faltaba en el envío.
Pedimos entonces que se colocara una lápida sobre la tumba, lápida que aún está sobre ella. (Pamela mandó una corona). Finalmente, hicimos inscribir el nombre del Mayor Martin en la lista de los caídos en guerra que se publicó en el Times del 4 de junio.
El buen éxito, al mes siguiente, del desembarco en Sicilia fue una demostración evidentísima de que nuestra estratagema había dado pleno fruto, y lo confirmó así el hallazgo de algunos documentos apresados al enemigo.
Un día, mucho después de haber terminado la guerra, el oficial británico encargado del examen de los archivos navales alemanes que poseíamos, fue a informar al vicedirector de nuestro Servicio Secreto acerca de cierto descubrimiento alarmante.
—Un alto oficial del Ejército —dijo con voz horrorizada— ha cursado cartas secretísimas, al parecer de modo irregular, y aquellas cartas cayeron en manos alemanas...
Tarjeta de Identidad del Mayor Martin
Se trataba justamente de los documentos del Mayor Martin. En los archivos alemanes había copias fotográficas de las cartas, con sus correspondientes traducciones e informes del servicio secreto. Era un envío expresamente preparado para el almirante Karl Dönitz. Catorce días después de que el cadáver había sido hallado en la costa, el diario de guerra del Almirantazgo alemán refería que el Estado Mayor había certificado definitivamente la autenticidad de los documentos, llegando a la conclusión de que el mayor ataque aliado se iba a producir en Cerdeña y no en Sicilia, con un segundo desembarco en Grecia.
El Alto Mando alemán envió desde Francia toda una división acorazada al Peloponeso, en Grecia, para proteger las comunicaciones entre las playas de Cabo Aroxos y de Kalamata, citadas en el documento del Mayor Martin. Fue una laboriosa operación que excluyó a la división del frente durante cierto tiempo.
El Alto Mando ordenó además que se instalasen vastos campos de minas a todo lo largo de las costas griegas, se previniesen baterías costeras y se dispusieran bases de dragaminas, puestos de mando y servicios de redoblada vigilancia en la costa. En junio, una escuadra completa de dragaminas fue enviada de Sicilia a Grecia...
Al Oeste, el mariscal Keitel en persona firmó una orden del Mando Supremo de las Fuerzas Armadas Alemanas que disponía “el refuerzo de Cerdeña”. Una fuerte unidad acorazada fue enviada en previsión a Córcega y se mejoraron las defensas de la costa Norte de Sicilia (donde no desembarcamos) contra un eventual ataque de expansión durante la invasión “básica” de Cerdeña.
Incluso después del comienzo de las operaciones en Sicilia, el Alto Mando alemán dispuso una vigilancia especial en el estrecho de Gibraltar, en previsión de que convoyes directos de los aliados atacasen Córcega y Cerdeña. En otros documentos se afirmaba amargamente que el envío de los dragaminas a Grecia había abierto una brecha fatal en las defensas con que contaba Sicilia.
El éxito de la “misión” del Mayor Martin puede medirse perfectamente por las palabras del mariscal Rommel, cuyas cartas personales revelan hasta qué punto y durante la invasión aliada en Sicilia, las defensas alemanas fueron alejadas de su objetivo “a causa del hallazgo en aguas españolas del cadáver de un mensajero diplomático inglés”.
Hitler mismo debió ver los documentos, porque el almirante Dönitz escribió en su diario estas palabras: “El Führer no está de acuerdo... con que el punto más probable de una invasión sea Sicilia. Según su opinión, los documentos anglosajones descubiertos confirman que el ataque será dirigido especialmente contra Cerdeña y el Peloponeso”...


Hasta aquí la historia, tal y como la relata Ewen E. S. Montagu, protagonista del engaño.





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