viernes, 1 de agosto de 2014

El suplicio del rey Sol

El hombre que ha pasado a la historia como el arquetipo del monarca absoluto, un gobernante de lo más mundano cuyo poder le había sido conferido directamente por Dios (L’état c’est moi, El estado soy yo), ese hombre, que ordenó la construcción del palado de Versalles y de los jardines más fastuosos del mundo, pasó una buena parte de su vida sometido a un terrible martirio.

Luis XIV el Rey Sol
Su médico personal estaba absolutamente convencido de que todas las enfermedades que sufría el ser humano tenían su origen en la dentadura. Siguiendo esta premisa y para proteger a su amado rey de cualquier malestar y, a ser posible, evitar también enfermedades más graves, no sólo le extrajo todos los dientes, sino que, mientras llevaba a cabo este descabellado tratamiento, acabó rompiendo una parte de la regia mandíbula.
A partir de entonces su majestad, una persona de buen comer y aficionado a los placeres de la mesa, tuvo que limitarse a engullir sopas y caldos mientras sus comensales degustaban perdices, faisanes y jabalíes. Incluso las más exquisitas delicatessen como el caviar, el paté de trufas o las codornices ahumadas, debían ser trituradas hasta convertirlas en un fino puré antes de llegar al estómago del rey Sol.
Esto provocaba, según relataban testigos de la época, que durante las comidas una parte de los alimentos ingeridos acabaran saliéndosele por la nariz. Qué situación más grotesca: un gobernante entregado al placer y al poder y para el que el lujo y la ostentación lo eran todo, condenado de por vida a renunciar a uno de los más elementales placeres de los sentidos.



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