martes, 12 de agosto de 2014

El Réquiem de Mozart

Un día, un hombre alto y flaco apareció en la casa de Mozart y le entregó una carta, en la cual una persona de alto rango le encargaba que escribiera, en el plazo de un mes y por el precio que el mismo compositor debía fijar, una misa de Réquiem a la memoria de un amigo fallecido. La única condición que se exigía en el encargo era que nunca, bajo ninguna circunstancia, intentaría el compositor averiguar la identidad de quien había escrito la carta.
En esa época, Mozart se encontraba en un estado de gran depresión nerviosa, agotado por el trabajo excesivo, enfermo y cargado de deudas. Contempló al visitante...
— ¿Es la Muerte —pensó—, que me encarga que escriba la música para mis propios funerales? ¿Habrá sonado mi hora? ¿Deberé morir, a los treinta y cinco años de edad?
        —Tenga la amabilidad de decirme el precio, señor. —La voz del desconocido sonó como si llegara de otro mundo.
El precio —pensó Mozart—, ya sé: el precio será mi vida, pero debo aceptar. Necesito el dinero desesperadamente. Tengo que pagar al tendero y al casero. Quisiera enviar a mi Stanzi a Baden..., necesita un cambio de aires. ¡Qué loco estoy! Este hombre que tengo frente a mí es ni más ni menos que un ser humano corriente. Tiene un aspecto algo marchito... tal vez sea eso lo que me ha impresionado. Estoy fatigado, exhausto; veo fantasmas...
Y, dirigiéndose al visitante, dijo con voz firme:
        — El precio será de cincuenta ducados.
El desconocido aceptó y, abriendo una pequeña bolsa de cuero, contó el dinero sobre la mesa. Luego se dirigió lentamente a la puerta, prometió volver al cabo de un mes y desapareció.
Transcurrió el mes y Mozart no había terminado el encargo. Frecuentes desmayos e hinchazón de sus piernas y manos le impedían la necesaria concentración. Tuvo que pedir al desconocido un nuevo plazo de cuatro semanas.
Perseguido por funestos pensamientos, Mozart escribió una página tras otra... El "Réquiem Aeternam", el "Dies Irae" el "Kyrie", el "Domine Jesu"..., toda la gigantesca visión del Juicio Universal, algo de lo más sublime que en música haya jamás concebido la mente humana.
En la tarde del domingo 4 de diciembre de 1791, llamó a algunos amigos junto a su lecho; repartió las particellas vocales de la nueva obra, que fue cantada y tocada mientras Mozart, con fatigado gesto, dirigía. Cuando llegaron al "Lacrimosa" Mozart lloró convulsivamente. Luego habló con su alumno Süssmayer. En voz muy tenue, pero firme, le dio amplias instrucciones para completar la partitura. A medianoche perdió el conocimiento. En pleno delirio, intentaba cantar frases del Réquiem; cerca de la una de la madrugada abrió los ojos un momento, sonrió débilmente y murió.
Al día siguiente, el barón Von Swieten, rico amigo de Mozart, visitó a la viuda y le aconsejó no despilfarrar el dinero para el entierro. Así Mozart fue sepultado en la fosa común. Cuando el coche fúnebre llegó, completamente solo, al cementerio, una vieja mendiga, sentada junto a la puerta, preguntó al sepulturero:
        — ¿Quién os traen ahí?
        —No es más que un kapellmeister —contestó el hombre.
Aproximadamente veinte años después, un hombre llamado Leutgeb, habitante en el pueblo de Stuppach, confesó poco antes de morir que en una ocasión, estando al servicio del conde de Walsegg, había sido enviado a Viena por su amo para entregar una carta al compositor Wolfgang Amadeus Mozart. El conde, aficionado a la música y extraordinariamente rico, había ya utilizado a Leutgeb en muchas otras ocasiones para entrar en contacto con compositores renombrados y encargarles la composición de distintas obras. Cuando las partituras terminadas llegaban, el conde solía copiarlas de su propio puño y letra y luego las hacía publicar y ejecutar bajo su propio nombre. Al principio del año 1791 había muerto la mujer del conde y Walsegg decidió encargar a Mozart que escribiera un Réquiem. Hacía mucho tiempo que admiraba las obras de Mozart. Pero hasta que no se enteró de las difíciles condiciones financieras en que se desenvolvía el compositor, no se atrevió a dirigirse a él. Así fue como Leutgeb se dirigió a Viena y negoció con Mozart. Después de la muerte de éste fue a ver a su viuda, quien le entregó la partitura del Réquiem.
El conde, como de costumbre, copió cuidadosamente la obra y escribió en su primera página: "Réquiem compuesto por el conde Walsegg." Dos años más tarde hizo ejecutar la obra en Wiener-Neustadt. Pero Constanze Mozart, en flagrante incumplimiento del acuerdo entre Walsegg y su difunto marido, organizó al mismo tiempo una ejecución del Réquiem en Viena, bajo el nombre de su verdadero compositor.
El conde inició un pleito contra la viuda de Mozart. La causa, sin embargo, fue sobreseída y Walsegg, disgustado y desilusionado, salió del desagradable asunto vencido y humillado; pero fue él quien provocó la composición de una de las más grandes obras maestras de la música.



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