Hay una leyenda que dice que reinó
en la India un
príncipe llamado ladava, señor de la provincia de Taligana y
uno de los soberanos más ricos y generosos de su tiempo, que por el deber de
velar por la tranquilidad de sus súbditos, se vio obligado a empuñar la espada
para rechazar, al frente de su pequeño ejército, un ataque insólito y brutal
del aventurero Varangul, que se hacía llamar príncipe de Calián.
El rey ladava poseía un gran
talento militar. Sereno ante la inminente invasión, elaboró un plan de batalla,
y tan hábil y tan feliz fue al ejecutarlo, que logró vencer y aniquilar por
completo a los fanáticos de Varangul. Le costó desgraciadamente duros
sacrificios, muchos jóvenes xatrias pagaron con su vida la seguridad del
trono y el prestigio de la dinastía. Entre los muertos, con el pecho atravesado
por una flecha, quedó en el campo de combate el príncipe Adjamir, hijo del rey
ladava, que se sacrificó patrióticamente en lo más encendido del combate para
salvar la posición que dio a los suyos la victoria
Terminada la cruenta
campaña, regresó el rey a su suntuoso palacio de Andra. Impuso, sin embargo, la
rigurosa prohibición de celebrar el triunfo con las ruidosas manifestaciones
con que los hindúes solían celebrar sus victorias. Encerrado en sus aposentos,
sólo salía de ellos para oír a sus ministros y sabios brahmanes cuando algún
grave problema lo llamaba a tomar decisiones en interés de la felicidad de sus
súbditos.
Con el paso del
tiempo, lejos de apagarse los recuerdos de la penosa campaña, la angustia y la
tristeza del rey se fueron agravando. ¿De qué le servían realmente sus ricos
palacios, sus elefantes de guerra, los tesoros inmensos que poseía, si ya no
tenía a su lado a aquél que había sido siempre la razón de ser de su existencia?
El desgraciado monarca se pasaba horas y horas trazando en una gran caja de
arena las maniobras ejecutadas por sus tropas durante el asalto.
Una vez completado el cuadro de los combatientes con todas las menudencias
que recordaba, el rey borraba todo para empezar de nuevo, como si sintiera el
íntimo gozo de revivir los momentos pasados en la angustia y la ansiedad.
Un día, al fin, el rey fue
informado de que un joven brahmán -pobre y modesto- solicitaba audiencia.
Llegado a la gran sala del trono, el brahmán fue interpelado, conforme a las
exigencias de ritual, por uno de los visires del rey.
-¿Quién
eres? ¿De dónde vienes? ¿Qué deseas de aquel que por voluntad de Vichnú es rey
y señor de Taligana?
-Mi
nombre - respondió el joven brahmán - es Lahur Sessa y procedo de la aldea de
Namir que dista treinta días de marcha de esta hermosa ciudad. Al rincón donde
vivía llegó la noticia de que nuestro bondadoso señor pasaba sus días en medio
de una profunda tristeza, amargado por la ausencia del hijo que le había sido
arrebatado por la guerra. Pensé, pues, que convenía inventar un juego que
pudiera distraerlo y abrir en su corazón las puertas de nuevas alegrías. Y ese
es el humilde presente que vengo ahora a ofrecer a nuestro rey ladava.
Lo que Sessa traía al rey
ladava era un gran tablero cuadrado dividido en sesenta y cuatro casillas
iguales. Sobre este tablero se colocaban dos series de piezas que se
distinguían una de otra por sus colores blanco y negro. Había reglas curiosas
para moverlas de diversas maneras. Sessa explicó pacientemente al rey, a los
visires y a los cortesanos que rodeaban al monarca, en qué consistía el juego y
les explicó las reglas esenciales:
-Cada
jugador dispone de ocho piezas pequeñas: los "peones". Representan la
infantería. Secundando la acción de los peones, vienen los "elefantes de
guerra", representados por piezas mayores y más poderosos. La
"caballería", indispensable en el combate, aparece igualmente en el
juego simbolizada por dos piezas que pueden saltar como dos corceles sobre las
otras. Y, para intensificar el ataque, se incluyen los dos "visires"
del rey, que son dos guerreros llenos de nobleza y prestigio. Otra pieza,
dotada de amplios movimientos, más eficiente y poderosa que las demás,
representará el espíritu de nacionalidad del pueblo y se llamará la
"reina". Completa la colección una pieza que aislada vale poco pero
que es muy fuerte cuando está amparada por las otras. Es el "rey".
El rey Iadava, interesado
por las reglas del juego, no se cansaba de interrogar al inventor:
-¿Y
por qué la reina es más fuerte y más poderosa que el propio rey?
-Es
más poderosa - argumentó Sessa - porque la reina representa en este juego el
patriotismo del pueblo.
Al cabo de pocas horas, el
monarca, que había aprendido con rapidez todas las reglas del juego, lograba ya
derrotar a sus visires en una partida impecable. En un momento dado observó el
rey, con gran sorpresa, que la posición de las piezas, tras las combinaciones
resultantes de los diversos lances, parecía reproducir exactamente la batalla
de Dacsina.
-Observad
- le dijo el inteligente brahmán - que para obtener la victoria resulta
indispensable el sacrificio de este visir.
E
indicó precisamente la pieza que el rey Iadava había estado a lo largo de la
partida defendiendo o preservando con mayor empeño. El juicioso Sessa
demostraba así que el sacrificio de un príncipe viene a veces impuesto por la
fatalidad para que de él resulten la paz y la libertad de un pueblo. Al oír
tales palabras, el rey ladava, sin ocultar el entusiasmo que embargaba su
espíritu, dijo:
-¡No
creo que el ingenio humano pueda producir una maravilla comparable a este juego
tan interesante e instructivo! Moviendo estas piezas tan sencillas, acabo de
aprender que un rey nada vale sin el auxilio y la dedicación constante de sus
súbditos, y que a veces, el sacrificio de un simple peón vale tanto como la
pérdida de una poderosa pieza para obtener la victoria.
Y dirigiéndose al joven
brahmán, le dijo:
-Quiero
recompensarte, amigo mío, por este maravilloso regalo que tanto me ha servido
para el alivio de mis viejas angustias. Dime, pues, qué es lo que deseas,
dentro de lo que yo pueda darte, a fin de demostrar cuán agradecido soy a
quienes se muestran dignos de recompensa
-No
deseo más recompensa por el presente que os he traído, que la satisfacción de
haber proporcionado un pasatiempo al señor de Taligana a fin de que con él
alivie las horas prolongadas de la infinita melancolía. Estoy pues sobradamente
recompensado, y cualquier otro premio sería excesivo
-Exijo
que escojas una recompensa digna de tu valioso obsequio. ¿Quieres una bolsa
llena de oro? ¿Quieres un arca repleta de joyas? ¿Deseas un palacio?
¿Aceptarías la administración de una provincia? ¡Aguardo tu respuesta y queda
la promesa ligada a mi palabra!
-Rechazar
vuestro ofrecimiento tras lo que acabo de oír, respondió Sessa, sería menos
descortesía que desobediencia. Aceptaré pues la recompensa que ofrecéis por el
juego que inventé. No deseo ni oro, ni tierras, ni palacios. Deseo mi
recompensa en granos de trigo.
-¿Granos
de trigo? - exclamó el rey sin ocultar su sorpresa ante tan insólita petición -
¿Cómo voy a pagarte con tan insignificante moneda?
-Nada
más sencillo - explicó Sessa - Me daréis un grano de trigo para la primera
casilla del tablero; dos para la segunda; cuatro para la tercera; ocho para la
cuarta; y así, doblando sucesivamente hasta la última casilla del tablero.
El rey ordeno que entregaran la recompensa
inmediatamente y agregó que era un pedido muy poco digno de su generosidad, los
sabios del rey al tratar de encontrar el numero que correspondía a la cantidad
de granos de trigo se dieron cuenta que era un numero muy grande de imaginar en
esos días.
-Calculamos el número de
granos de trigo y obtuvimos un número cuya magnitud es inconcebible para la
imaginación humana. El trigo que habrá que darle a Lahur Sessa equivale a una
montaña que teniendo por base la ciudad de Taligana se alce cien veces más alta
que el Himalaya.
Así fue como el rey aprendió otra lección: a ser
prudente, y olvidando la montaña de trigo que sin querer había
prometido al joven brahmán, le nombró primer visir.
El número de granos en cuestión que debería de
recibir el brahmán sería de:
18.446.744.073.709.551.615.
18.446.744.073.709.551.615.
Saber el peso de un sólo grano de trigo es complicado,
y depende del grano en concreto pero se puede establecer que 1.000 granos de
trigo, aproximadamente pueden pesar al rededor de 30 gr.
Entonces, cada kilo de trigo contiene
aproximadamente 33.333,33 granos, por lo que los kilos de trigo que debería de
pagar el rey Iadava son:
553.402.377.551.523 es decir 553.402,37 millones de
toneladas.
Si tenemos en cuenta que el Departamento de
Agricultura de los Estado Unidos (USDA)
estima que la Producción Mundial
de Trigo 2014/2015 será de 705.17 millones de toneladas, haciendo
los cálculos precisos y redondeando a la baja salen 784 cosechas mundiales.
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