lunes, 11 de agosto de 2014

La leyenda del Ajedrez


Hay una leyenda que dice que reinó en la India un príncipe llamado ladava, señor de la provincia de Taligana y uno de los soberanos más ricos y generosos de su tiempo, que por el deber de velar por la tranquilidad de sus súbditos, se vio obligado a empuñar la espada para rechazar, al frente de su pequeño ejército, un ataque insólito y brutal del aventurero Varangul, que se hacía llamar príncipe de Calián.
El rey ladava poseía un gran talento militar. Sereno ante la inminente invasión, elaboró un plan de batalla, y tan hábil y tan feliz fue al ejecutarlo, que logró vencer y aniquilar por completo a los fanáticos de Varangul. Le costó desgraciadamente duros sacrificios, muchos jóvenes xatrias pagaron con su vida la seguridad del trono y el prestigio de la dinastía. Entre los muertos, con el pecho atravesado por una flecha, quedó en el campo de combate el príncipe Adjamir, hijo del rey ladava, que se sacrificó patrióticamente en lo más encendido del combate para salvar la posición que dio a los suyos la victoria
Terminada la cruenta campaña, regresó el rey a su suntuoso palacio de Andra. Impuso, sin embargo, la rigurosa prohibición de celebrar el triunfo con las ruidosas manifestaciones con que los hindúes solían celebrar sus victorias. Encerrado en sus aposentos, sólo salía de ellos para oír a sus ministros y sabios brahmanes cuando algún grave problema lo llamaba a tomar decisiones en interés de la felicidad de sus súbditos.
Con el paso del tiempo, lejos de apagarse los recuerdos de la penosa campaña, la angustia y la tristeza del rey se fueron agravando. ¿De qué le servían realmente sus ricos palacios, sus elefantes de guerra, los tesoros inmensos que poseía, si ya no tenía a su lado a aquél que había sido siempre la razón de ser de su existencia? El desgraciado monarca se pasaba horas y horas trazando en una gran caja de arena las maniobras ejecutadas por sus tropas durante el asalto.
Una vez completado el cuadro de los combatientes con todas las menudencias que recordaba, el rey borraba todo para empezar de nuevo, como si sintiera el íntimo gozo de revivir los momentos pasados en la angustia y la ansiedad.
Un día, al fin, el rey fue informado de que un joven brahmán -pobre y modesto- solicitaba audiencia. Llegado a la gran sala del trono, el brahmán fue interpelado, conforme a las exigencias de ritual, por uno de los visires del rey.
-¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Qué deseas de aquel que por voluntad de Vichnú es rey y señor de Taligana?
-Mi nombre - respondió el joven brahmán - es Lahur Sessa y procedo de la aldea de Namir que dista treinta días de marcha de esta hermosa ciudad. Al rincón donde vivía llegó la noticia de que nuestro bondadoso señor pasaba sus días en medio de una profunda tristeza, amargado por la ausencia del hijo que le había sido arrebatado por la guerra. Pensé, pues, que convenía inventar un juego que pudiera distraerlo y abrir en su corazón las puertas de nuevas alegrías. Y ese es el humilde presente que vengo ahora a ofrecer a nuestro rey ladava.
Lo que Sessa traía al rey ladava era un gran tablero cuadrado dividido en sesenta y cuatro casillas iguales. Sobre este tablero se colocaban dos series de piezas que se distinguían una de otra por sus colores blanco y negro. Había reglas curiosas para moverlas de diversas maneras. Sessa explicó pacientemente al rey, a los visires y a los cortesanos que rodeaban al monarca, en qué consistía el juego y les explicó las reglas esenciales:
-Cada jugador dispone de ocho piezas pequeñas: los "peones". Representan la infantería. Secundando la acción de los peones, vienen los "elefantes de guerra", representados por piezas mayores y más poderosos. La "caballería", indispensable en el combate, aparece igualmente en el juego simbolizada por dos piezas que pueden saltar como dos corceles sobre las otras. Y, para intensificar el ataque, se incluyen los dos "visires" del rey, que son dos guerreros llenos de nobleza y prestigio. Otra pieza, dotada de amplios movimientos, más eficiente y poderosa que las demás, representará el espíritu de nacionalidad del pueblo y se llamará la "reina". Completa la colección una pieza que aislada vale poco pero que es muy fuerte cuando está amparada por las otras. Es el "rey".
El rey Iadava, interesado por las reglas del juego, no se cansaba de interrogar al inventor:
-¿Y por qué la reina es más fuerte y más poderosa que el propio rey?
-Es más poderosa - argumentó Sessa - porque la reina representa en este juego el patriotismo del pueblo.
Al cabo de pocas horas, el monarca, que había aprendido con rapidez todas las reglas del juego, lograba ya derrotar a sus visires en una partida impecable. En un momento dado observó el rey, con gran sorpresa, que la posición de las piezas, tras las combinaciones resultantes de los diversos lances, parecía reproducir exactamente la batalla de Dacsina.
-Observad - le dijo el inteligente brahmán - que para obtener la victoria resulta indispensable el sacrificio de este visir.
E indicó precisamente la pieza que el rey Iadava había estado a lo largo de la partida defendiendo o preservando con mayor empeño. El juicioso Sessa demostraba así que el sacrificio de un príncipe viene a veces impuesto por la fatalidad para que de él resulten la paz y la libertad de un pueblo. Al oír tales palabras, el rey ladava, sin ocultar el entusiasmo que embargaba su espíritu, dijo:
-¡No creo que el ingenio humano pueda producir una maravilla comparable a este juego tan interesante e instructivo! Moviendo estas piezas tan sencillas, acabo de aprender que un rey nada vale sin el auxilio y la dedicación constante de sus súbditos, y que a veces, el sacrificio de un simple peón vale tanto como la pérdida de una poderosa pieza para obtener la victoria.
Y dirigiéndose al joven brahmán, le dijo:
-Quiero recompensarte, amigo mío, por este maravilloso regalo que tanto me ha servido para el alivio de mis viejas angustias. Dime, pues, qué es lo que deseas, dentro de lo que yo pueda darte, a fin de demostrar cuán agradecido soy a quienes se muestran dignos de recompensa
-No deseo más recompensa por el presente que os he traído, que la satisfacción de haber proporcionado un pasatiempo al señor de Taligana a fin de que con él alivie las horas prolongadas de la infinita melancolía. Estoy pues sobradamente recompensado, y cualquier otro premio sería excesivo
-Exijo que escojas una recompensa digna de tu valioso obsequio. ¿Quieres una bolsa llena de oro? ¿Quieres un arca repleta de joyas? ¿Deseas un palacio? ¿Aceptarías la administración de una provincia? ¡Aguardo tu respuesta y queda la promesa ligada a mi palabra!
-Rechazar vuestro ofrecimiento tras lo que acabo de oír, respondió Sessa, sería menos descortesía que desobediencia. Aceptaré pues la recompensa que ofrecéis por el juego que inventé. No deseo ni oro, ni tierras, ni palacios. Deseo mi recompensa en granos de trigo.
-¿Granos de trigo? - exclamó el rey sin ocultar su sorpresa ante tan insólita petición - ¿Cómo voy a pagarte con tan insignificante moneda?
-Nada más sencillo - explicó Sessa - Me daréis un grano de trigo para la primera casilla del tablero; dos para la segunda; cuatro para la tercera; ocho para la cuarta; y así, doblando sucesivamente hasta la última casilla del tablero.
El rey ordeno que entregaran la recompensa inmediatamente y agregó que era un pedido muy poco digno de su generosidad, los sabios del rey al tratar de encontrar el numero que correspondía a la cantidad de granos de trigo se dieron cuenta que era un numero muy grande de imaginar en esos días.
-Calculamos el número de granos de trigo y obtuvimos un número cuya magnitud es inconcebible para la imaginación humana. El trigo que habrá que darle a Lahur Sessa equivale a una montaña que teniendo por base la ciudad de Taligana se alce cien veces más alta que el Himalaya.
Así fue como el rey aprendió otra lección: a ser prudente, y olvidando la montaña de trigo que sin querer había prometido al joven brahmán, le nombró primer visir.

                                                                                                              

El número de granos en cuestión que debería de recibir el brahmán sería de:
18.446.744.073.709.551.615.

Saber el peso de un sólo grano de trigo es complicado, y depende del grano en concreto pero se puede establecer que 1.000 granos de trigo, aproximadamente pueden pesar al rededor de 30 gr.
Entonces, cada kilo de trigo contiene aproximadamente 33.333,33 granos, por lo que los kilos de trigo que debería de pagar el rey Iadava son:
553.402.377.551.523 es decir 553.402,37 millones de toneladas.

Si tenemos en cuenta que el Departamento de Agricultura de los Estado Unidos (USDA) estima que la Producción Mundial de Trigo 2014/2015 será de 705.17 millones de toneladas, haciendo los cálculos precisos y redondeando a la baja salen 784 cosechas mundiales.


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