lunes, 25 de agosto de 2014

El hombre que nunca existió (Parte II)

La historia del hombre que nunca existió, relatada por uno de sus protagonistas, Ewen E. S. Montagu del Servicio de Inteligencia Naval Británico, y publicada en una entrada anterior de este blog, (El hombre que nunca existió. Parte I), ha dado lugar a varios libros y películas.
La historia narra el engaño llevado a cabo por los aliados a los Alemanes en la segunda guerra mundial cuando, una vez llevada con éxito la invasión a África del Norte, se preveía el ataque a Sicilia y había que inducir a los alemanes a pensar lo contrario y a dispersar sus fuerzas sobre otros puntos de atención.
Uno de esos libros fue escrito por el propio Montagu “The man who never was” (El hombre que nunca existió), que se publicó en 1953 a instancias de su Gobierno para evitar informaciones fuera de control. El libro se convirtió en un éxito de ventas e incluso dio lugar a una película en 1956, con Montagu en un cameo.
Otro libro basado en estos hechos es “Operation Mincemeat” (Operación carne picada) del escritor Ben Macintyre, que tuvo acceso al informe secreto de Montagu.
Esta operación de engaño, fue bautizada Operación Mincemeat (Operación Carne Picada).
La idea original se le ocurrió al novelista y espía Ian Fleming, el creador de James Bond 007, aunque fue llevada a la práctica por Ewen Montagu, miembro de la División de Inteligencia Naval del Almirantazgo británico, y Charles Chomondeley, del MI5.
Consistía en hacer llegar hasta las costas de Huelva, en la ruta aérea entre Inglaterra y el cuartel general aliado en Argel, el cuerpo sin vida de un supuesto oficial que habría muerto ahogado tras estrellase el avión en el que viajaba con importantes mensajes para los jefes militares aliados en el norte de África. Según cuenta Ben Macintyre en su libro, el muerto era en realidad Glyndwr Michael, un mendigo galés que había fallecido en el hospital londinense de San Pancras tras ingerir una dosis de matarratas (uno de los síntomas que provoca este veneno es el encharcamiento de los pulmones) y no de tuberculosis, como en un principio se hizo creer.
Chomondeley y Montagu ante la furgoneta que trasladó
al Mayor Martin hasta el submarino Seraph
Para que la treta funcionase, la información tendría que llegar a manos de los alemanes, y España, país en teoría neutral, pero donde los espías nazis se movían a sus anchas, era el lugar perfecto para que esto sucediese: entre los funcionarios de la embajada alemana en España existía una nutrida nómina de agentes de la Gestapo, el Abwehr (inteligencia militar alemana de la época), y el Sicherheitsdienst (SD, Servicio de Seguridad), el servicio de inteligencia de las SS. Al frente de este operativo figuraba Wilhelm Leissner.
En Huelva operaba, además, Adolf Clauss, el jefe de la Abwehr en Andalucía, un espía temible y eficaz que había participado en la Guerra Civil como miembro de la Legión Cóndor. Simpatizante de Falange y con contactos a todos los niveles entre las autoridades españolas, desde su finca de La Rábida (Huelva), organizaba labores de sabotaje y vigilancia de los barcos británicos en el Estrecho.
Tras la luz verde de Churchill, el cadáver de William Martin / Glyndwr Michael se introdujo en un cilindro metálico lleno de hielo seco y se transportó a un puerto escocés para embarcarlo en el Seraph, el submarino elegido para llevarlo hasta Punta Umbría.
El 29 de abril, la nave se situó a un kilómetro de la Costa de Huelva. A las 04.15 del día siguiente, se extrajo el cadáver del mayor Martin del tubo metálico. Había, como lacónicamente anotó el teniente Bill Jewel, comandante del Seraph, en su cuaderno de bitácora, "cierto hedor". Trabajando con presteza, Jewel y otros dos oficiales inflaron el chaleco salvavidas y colocaron en el maletín los sobres con los documentos secretos. Tras rezar una breve (y apropiada) plegaria del Libro de los Salmos que comienza así: "Mantendré mi boca cerrada como un freno ...", depositaron el cuerpo en el mar y alejaron el submarino a toda máquina. "El remolino de las hélices ayudó al mayor Martin a emprender el camino", anotaría Jewel después.
La madrugada del 30 de abril de 1943, un pescador de Punta Umbría (Huelva), José Antonio Rey, descubrió flotando en el mar el cadáver de un oficial británico con un maletín encadenado a su cuerpo, un chaleco salvavidas amarillo y diversos objetos personales. El cuerpo presentaba signos de llevar varios días en el mar. Según la documentación que portaba, se trataba de William Martin, mayor de los Royal Marines, nacido en marzo de 1907. Para la tarjeta de identidad del supuesto mayor William Martin, se usó la fotografía de otro militar de gran parecido con el cadáver que sirvió de cebo.
Tras informar al cónsul británico en Huelva, las autoridades españolas se hicieron cargo del cuerpo y las pertenencias del fallecido. En los bolsillos llevaba una carta del Lloyds Bank en la que se le instaba a saldar un descubierto en su saldo, la factura de una joyería por la compra de un anillo y dos cartas y una foto de su novia Pam en bañador (en realidad, Jean Leslie, una secretaria de los servicios secretos británicos). También había un reloj, cigarrillos, cerillas, llaves, billetes de autobús y dos entradas para un espectáculo de variedades de Londres.
Fotografía en bañador de Pam que portaba
en sus bolsillos el Mayor Martin
Pero lo más interesante estaba dentro del maletín: dos sobres con información confidencial en la que se identificaba claramente a Grecia y Cerdeña como objetivos de la Operación Husky el gran desembarco que los aliados preparaban en el sur de Europa. En las cartas también se sugería que Sicilia sería utilizada para desviar la atención del enemigo.
En realidad, el objetivo real de la invasión era la isla italiana de Sicilia, y William Martin y los documentos que portaba, un señuelo para engañar a los alemanes y sus aliados italianos.
Un día después de su hallazgo, el cadáver yacía en la sala de autopsias del cementerio municipal de Huelva. El doctor Eduardo Fernández del Torno, el forense que realizó la autopsia en presencia de Francis Haselden, vicecónsul británico en Huelva (quien estaba al tanto del complot), concluyó que Martin todavía estaba vivo cuando había caído al mar y que había muerto de asfixia por inmersión. El maletín con los documentos pasó a manos del teniente de navío Mariano Pascual del Pobil, juez en funciones en Huelva, quien envió la documentación original al Cuartel General de la Armada en Madrid. Tras la autopsia, el cuerpo del falso mayor Martin fue entregado al consulado británico y enterrado en el cementerio de la Soledad de Huelva el domingo 2 de mayo de 1943. Días después, se colocó una lápida de mármol sobre la tumba con la inscripción horaciana "Dulce et decorum est pro patria mori" (Dulce y honroso es morir por la patria). Hace unos años se cambió la inscripción de la lápida por otra, en la que también aparece el nombre de Glyndwr Michael
Lápida de William Martin/Glyndwr Michel
en el cementerio de la Soledad de Huelva
Según el libro de Macintyre, el plan estuvo a punto de fracasar por culpa de la honestidad de Pobil y otros miembros de la Armada española que tuvieron acceso a los documentos, quienes, en contra de lo que esperaban los británicos, se negaron a entregar los papeles del muerto al espía Adolf Clauss y al jefe de la Abwehr en Madrid, Wilhelm Leissner. Fue necesaria la intervención del coronel José López Barrón Cerruti, el entonces temible jefe de la policía secreta de Franco en la D.G.S, un filonazi que había luchado como voluntario en la División Azul, para que los alemanes pudiesen copiar su contenido y enviarlo a Berlín. El 12 de mayo, el primer ministro británico, Winston Churchill, recibió en Washington un escueto telegrama del MI-5: “Mincemeat Swallowed Whole (carne picada tragada entera)”.

 Hitler picó. Y se tragó el cebo, el anzuelo, la línea y hasta el flotador. En su diario, el almirante alemán Karl Doenitz escribió tras una entrevista con Hitler: "El Führer no está de acuerdo con la idea del Duce de que el punto más probable de una invasión sea Sicilia. Según su opinión, los documentos anglosajones descubiertos confirman que el ataque será dirigido principalmente contra Cerdeña y el Peloponeso". Cuando, en la mañana del 10 de julio de 1943, las tropas aliadas desembarcaron en el sur de Sicilia, se encontraron la isla desprotegida. Dos semanas después, Hitler seguía tan convencido de que el desembarco en Sicilia era una maniobra de distracción que envío al mariscal Rommel con sus tanques al Peloponeso. Cuando se dio cuenta del engaño ya era demasiado tarde.






jueves, 21 de agosto de 2014

El hombre que nunca existió (Parte I)

Esta es la historia de uno de los mayores engaños del espionaje inglés contra Alemania durante la Segunda Guerra Mundial.
En esta primera parte, el relato lo hace Ewen E. S. Montagu, por aquel entonces miembro de la División de Inteligencia Naval del Almirantazgo británico y encargado de llevar a cabo dicho engaño.

...En el cementerio de la ciudad española de Huelva, situada sobre el Atlántico andaluz y a 200 kilómetros al Norte de Gibraltar, está enterrado un súbdito inglés. Murió de pulmonía entre las húmedas nieblas que el otoño de 1942 descargó sobre Inglaterra, y sin suponer, ni mucho menos, que iba a reposar para siempre bajo el brillante cielo de España. En vida, este súbdito inglés no había hecho nada destacable por su país, al que, después de la muerte, prestó un servicio espléndido, un servicio que salvó probablemente las vidas de millares de soldados aliados.
La historia empieza en el otoño de 1942, cuando la invasión de África del Norte discurría normalmente por el camino del éxito. El plan general de operaciones preveía seguidamente el ataque a Sicilia, y los alemanes tenían que sospechar, sin duda, que Sicilia iba a ser el próximo objetivo aliado. ¿Qué se podría hacer para inducirles a pensar lo contrario y a dispersar sus fuerzas sobre otros puntos de atención?
Un miembro de nuestro Servicio de Seguridad aventuró una sugerencia. Los alemanes sabían que nuestros oficiales llegaban continuamente al Norte de África en aviones que sobrevolaban las costas españolas. ¿Por qué no abandonar en estas aguas un cadáver portador de documentos falsificados, como si procediese de un avión caído? Si el cadáver llegaba a tierra llevado por las olas, era casi seguro que los documentos caerían en manos de agentes alemanes.
Surgía un problema: los muertos no respiran. Si un cadáver es depositado en el agua, sus pulmones permanecen vacíos y, por consiguiente, una autopsia simple podía dar con el truco de que el cuerpo estaba ya muerto antes de tomar contacto con el mar. La sospecha de la superchería hubiera sido inmediata.
Ewen Montagu
Nos pusimos discretamente a hilar cabos científicos y médicos, en los ambientes especializados del ejército, a fin de encontrar un cadáver cuya muerte pudiera ser atribuida a asfixia por inmersión, y finalmente nos llegó un informe: se disponía de un hombre recién muerto de pulmonía, y cuando se muere de esta enfermedad los pulmones están anegados de líquido.
Sin revelar detalles, obtuvimos el consentimiento de los parientes del muerto, con la condición de que su identidad permaneciese secreta. Baste decir aquí que el finado, un hombre de apenas treinta años, fue desde aquel momento “el Mayor Guillermo Martin, de la Marina Real”. El cadáver fue depositado en una cámara frigorífica mientras terminábamos de perfilar nuestro plan.
Decidimos, desde el principio, que el documento engañoso debía partir de una altísima autoridad; no hubiera sido suficiente una simple indiscreción entre dos generales de segundo orden. Fingimos un escrito del General Sir Archibaldo Nye, Segundo Jefe del Estado Mayor Imperial, al General Alexander, en aquellos días comandante en África del Grupo 18º. La carta era una explicación confidencial de los motivos por los que Alexander no conseguía obtener lo que deseaba de los Jefes de Estado Mayor. Dejaba entender, por deducción, que el objetivo que nos proponíamos atacar en el Mediterráneo occidental no era Sicilia.
En la carta tuvimos buen cuidado de indicar dos puntos falsos como posibles objetivos inmediatos: uno en Grecia y el otro, no detallado en la carta, en algún punto del Mediterráneo del Oeste. La carta, además, aclaraba que nosotros deseábamos hacer creer a los alemanes que el desembarco tendría lugar en Sicilia, sirviéndonos de esta isla sólo para distraer al enemigo y encubrir nuestras verdaderas intenciones. De este modo, si los alemanes “picaban”, cualquier indiscreción acerca de Sicilia hubiera sido considerada un elemento más de nuestra jugarreta estratégica, una parte más de la mentira. Deseábamos reforzar aún la treta.
Aparte de la carta, decidimos proveer al Mayor Martin de una comunicación de Lord Luis Mountbatten para el Almirante Sir Andrés Cunningham, comandante en jefe del Mediterráneo. La comunicación aludía a la misión del Mayor y concluía: “Creo que encontrará en Martin al hombre adecuado, pero os ruego volvérmelo a mandar apenas haya terminado el ataque. Podría, de paso, traemos unas sardinas... ¡aquí están racionadas!”
Pensé que esta broma, un poco forzada, debía gustar a los alemanes y contribuir a indicarles Cerdeña (Sardegna, en italiano) como objetivo del ataque.
Otro obstáculo a superar era el documento de identidad del Mayor Martin con su correspondiente fotografía. Era descorazonador comprobar el irremediable aire de muerto que aparecía en todas las fotos que obtuvimos de él. De pronto, un día, durante una reunión, vi que al otro lado de la mesa, justamente frente a mí, estaba un perfecto doble del Mayor Martin. Lo convencimos y le retratamos. El parecido era extraordinario.
Ahora se trataba de dar una personalidad a nuestro cadáver. Decidimos que Martin era un joven oficial de notable ingenio y muy experto en desembarcos, motivo por el que había sido enviado al Norte de África. Sin embargo, era también un poco derrochón y económicamente manirroto: una carta del Banco Lloyds, con fecha del 14 de abril de 1943, lo instaba a saldar una cuenta al descubierto de casi 80 libras esterlinas...
Factura del anillo de bodas
Todos los oficiales jóvenes tienen algún asuntillo sentimental, y el Mayor Martin había conocido poco antes a una graciosa muchacha llamada Pamela; en su cartera aparecían una fotografía y dos cartas de la chica. Las cartas habían sido dobladas en muchos pliegues para dar la impresión de las muchas relecturas con que el entusiasmo del Mayor las había tratado. Probablemente, este amorío era el culpable de su descubierto bancario, ya que el Mayor tenía también en el bolsillo una factura de 53 libras por la compra de un anillo de boda...
El Mayor Martin llevaba asimismo consigo los habituales efectos personales y las acostumbradas minucias e insignificancias: una ficha de farmacia con su peso, reloj de pulsera, cigarrillos, billetes viejos de autobús, trocitos de papel, llaves... Decidimos también que, con toda posibilidad, había llevado a su novia al teatro la noche anterior a su partida de Inglaterra y, en consecuencia, le pusimos en el bolsillo dos billetes usados para la comedia Strike a New Note, representada en Londres la víspera de iniciarse su viaje, el 22 de abril.
Ya estaban completos los preparativos del engaño.
No había más que abandonar el cadáver a la altura de Huelva, un puerto del Sudoeste español cercano a la frontera portuguesa. Su destino normal era que los españoles lo entregasen al vicecónsul inglés a fin de que éste procediera a su enterramiento. Confiábamos, sin embargo, en que algún agente de Alemania se apresurase a sacar copia de los documentos que el cadáver llevaba..., y nuestra confianza no nos falló.
Por una coincidencia afortunada, el submarino “Seraph”, al mando del teniente Jewell, tenía que zarpar para Malta sobre la fecha establecida por nosotros. El año anterior, Jewell había desembarcado y reembarcado furtivamente al General Mark Clark en África del Norte, antes de que se produjese la invasión aliada, y transportó asimismo en su nave al General Giraud cuando éste escapó de la Francia ocupada.
Me informé de las condiciones atmosféricas predominantes a la altura de Huelva: la fortuna me sonrió nuevamente. El viento soplaría hacia la costa.
Pedimos, en fin, aprobación al primer Ministro, Churchill. Era necesario advertirle que, si los alemanes descubrían nuestro juego, Sicilia sería indudablemente identificada como el objetivo aliado. Pero Churchill dio su consentimiento y dispuso que el General Eisenhower, comandante supremo de la operación sobre Sicilia, fuera a su vez informado de todo.
El “Seraph” levó anclas a las seis de la tarde del 19 de abril de 1943, llevando a bordo al famoso Mayor Guillermo Martin... mantenido en hielo artificial en una caja metálica de dos metros.
Durante diez días, el “Seraph” navegó en la superficie solamente de noche. El 30 de abril estaba a 1.500 metros de Huelva, no avistado por nadie y en perfecto horario. A las cuatro y media de la madrugada, hora establecida, la caja fue izada a cubierta y el Mayor Martin depositado en el agua. Jewell le infló el chaleco salvavidas y cuatro jóvenes oficiales le escucharon, con la cabeza inclinada, murmurar los oficios fúnebres. Después, con un ligero empujón, el Mayor Martin partió para la guerra.
Un kilómetro más allá, Jewell arrojó al mar el bote de goma de uno de nuestros aviones con un solo remo de aluminio para simular precipitación.
Cilindro con hielo seco que albergó el cuerpo
del Mayor Martin durante el traslado a aguas españolas
En la misma mañana, y apenas amanecía, un pescador español descubrió el cuerpo cerca de la orilla. Rescatado por las autoridades y hecha la autopsia, el veredicto consiguiente fue: “Asfixia por inmersión en el mar”. El vicecónsul inglés fue debidamente informado, y el 2 de mayo de 1943, el Mayor Martin fue sepultado con todos los honores militares.
Hasta aquí todo iba bien. En efecto, todo lo que concernía al cadáver se ajustaba a nuestras previsiones y esperanzas... aunque nada se nos había dicho por lo que tocaba a los documentos.
El 4 de mayo cursamos un mensaje “urgente secretísimo”, comunicando que el Mayor Martin llevaba consigo documentos, algunos de los cuales eran “sumamente importantes y secretos”. Habría que hacer al Gobierno de la España neutral petición inmediata para que nos devolviesen todos esos documentos.
Entretanto, el agente de espionaje alemán en Huelva no había perdido el tiempo. Enterado de la existencia de los sobres y de la importancia de sus destinatarios, dio cuenta de ello a sus superiores. El jefe del Almirantazgo español envió los documentos a nuestro consejero de Embajada el 13 de mayo, informándole de que nada faltaba en el envío.
Pedimos entonces que se colocara una lápida sobre la tumba, lápida que aún está sobre ella. (Pamela mandó una corona). Finalmente, hicimos inscribir el nombre del Mayor Martin en la lista de los caídos en guerra que se publicó en el Times del 4 de junio.
El buen éxito, al mes siguiente, del desembarco en Sicilia fue una demostración evidentísima de que nuestra estratagema había dado pleno fruto, y lo confirmó así el hallazgo de algunos documentos apresados al enemigo.
Un día, mucho después de haber terminado la guerra, el oficial británico encargado del examen de los archivos navales alemanes que poseíamos, fue a informar al vicedirector de nuestro Servicio Secreto acerca de cierto descubrimiento alarmante.
—Un alto oficial del Ejército —dijo con voz horrorizada— ha cursado cartas secretísimas, al parecer de modo irregular, y aquellas cartas cayeron en manos alemanas...
Tarjeta de Identidad del Mayor Martin
Se trataba justamente de los documentos del Mayor Martin. En los archivos alemanes había copias fotográficas de las cartas, con sus correspondientes traducciones e informes del servicio secreto. Era un envío expresamente preparado para el almirante Karl Dönitz. Catorce días después de que el cadáver había sido hallado en la costa, el diario de guerra del Almirantazgo alemán refería que el Estado Mayor había certificado definitivamente la autenticidad de los documentos, llegando a la conclusión de que el mayor ataque aliado se iba a producir en Cerdeña y no en Sicilia, con un segundo desembarco en Grecia.
El Alto Mando alemán envió desde Francia toda una división acorazada al Peloponeso, en Grecia, para proteger las comunicaciones entre las playas de Cabo Aroxos y de Kalamata, citadas en el documento del Mayor Martin. Fue una laboriosa operación que excluyó a la división del frente durante cierto tiempo.
El Alto Mando ordenó además que se instalasen vastos campos de minas a todo lo largo de las costas griegas, se previniesen baterías costeras y se dispusieran bases de dragaminas, puestos de mando y servicios de redoblada vigilancia en la costa. En junio, una escuadra completa de dragaminas fue enviada de Sicilia a Grecia...
Al Oeste, el mariscal Keitel en persona firmó una orden del Mando Supremo de las Fuerzas Armadas Alemanas que disponía “el refuerzo de Cerdeña”. Una fuerte unidad acorazada fue enviada en previsión a Córcega y se mejoraron las defensas de la costa Norte de Sicilia (donde no desembarcamos) contra un eventual ataque de expansión durante la invasión “básica” de Cerdeña.
Incluso después del comienzo de las operaciones en Sicilia, el Alto Mando alemán dispuso una vigilancia especial en el estrecho de Gibraltar, en previsión de que convoyes directos de los aliados atacasen Córcega y Cerdeña. En otros documentos se afirmaba amargamente que el envío de los dragaminas a Grecia había abierto una brecha fatal en las defensas con que contaba Sicilia.
El éxito de la “misión” del Mayor Martin puede medirse perfectamente por las palabras del mariscal Rommel, cuyas cartas personales revelan hasta qué punto y durante la invasión aliada en Sicilia, las defensas alemanas fueron alejadas de su objetivo “a causa del hallazgo en aguas españolas del cadáver de un mensajero diplomático inglés”.
Hitler mismo debió ver los documentos, porque el almirante Dönitz escribió en su diario estas palabras: “El Führer no está de acuerdo... con que el punto más probable de una invasión sea Sicilia. Según su opinión, los documentos anglosajones descubiertos confirman que el ataque será dirigido especialmente contra Cerdeña y el Peloponeso”...


Hasta aquí la historia, tal y como la relata Ewen E. S. Montagu, protagonista del engaño.





martes, 19 de agosto de 2014

Vikingos en Cantabria

Durante la edad media, la lucha entre cristianos y musulmanes hizo de Santiago de Compostela una de las capitales del mundo conocido, destino de tesoros y riquezas. Uno de los lugares con historia de por aquel entonces. La atracción por estos tesoros es lo que llevó a los rudos hombres escandinavos a intentar someter a los habitantes de la península en diferentes ocasiones. La primera incursión vikinga en la península ibérica se produjo en el año 844 asaltando varios lugares de las costas de Galicia y Asturias, para ellos Jakobsland (Tierra de Santiago). Tras algunos incendios y saqueos, acabaron siendo repelidos por el Rey Ramiro I.
En el año 843, los vikingos descendieron hasta el sur de Europa hasta alcanzar las costas de Francia. Se establecieron en Bayona y continuaron por la costa cántabra hasta que desembarcaron en Gijón, el primer lugar en el que los vikingos hicieron de las suyas, saqueando todo lo que se encontraban a su paso. Alcanzaron la Torre de Hércules, luego Lisboa y después el estrecho de Gibraltar. Tomaron Cádiz para extenderse por el Guadalquivir.

Tras el incendio de la ciudad gallega de Tuy en 1015, cuenta la leyenda cántabra que decenas de vikingos  desembarcaron en la Playa de Laredo, y como la mayoría de los hombres de la zona se encontraban en plena campaña contra los musulmanes, fueron las mujeres las que tuvieron que darles la bienvenida…
Y lo hicieron invitando a los vikingos a una fiesta en la que se les sirvió vino de Ribadavia con generosidad. Alguna bruja debía haber entre aquellas mujeres, pues dentro de la bebida habían echado una sustancia hecha a partir de las hojas de boj. Tras varias copas del supuesto vino, los vikingos que habían bebido, o sea todos, quedaron completamente paralizados. Las mujeres, que habían cambiado ya sus caras amigables por expresiones de satisfacción y pillería, cogieron a los vikingos y los depositaron, como si fueran objetos inmóviles, en una gran caverna que había debajo del pueblo, y allí deben de seguir…
Tiempo más tarde, unos pastores cántabros vieron en la costa, a lo lejos, las características velas cuadradas de los barcos vikingos y corrieron a dar la voz de alarma. Los habitantes del pueblo se escondieron donde pudieron mientras el conde de Laredo se preparaba para repeler el ataque. Cuando se acercaron a la playa, se encontraron con que los vikingos simplemente querían descansar un poco tras una larga y fatigosa travesía.
Justamente por eso expresaron su intención de regresar a aquel lugar con el fin de establecer un puerto donde los vikingos pudieran hacer escala cuando realizaban viajes a y desde el Mediterráneo. La petición les fue admitida, pero con la condición de que no usasen sus armas en tierra y respetasen a los cristianos, aunque se les permitió que pudiesen tomar mujeres del valle como compañeras.
No hay noticias de que tal proyecto llegara a realizarse, pero es posible que aquellos vikingos no llegaran a irse de aquel bonito paraje donde había tantas bellas mujeres. Su perdición. 
De ahí puede venir el hecho de que, durante siglos, las mujeres del valle de Liendo sólo quisieran casarse con hombres que consideraban descendientes de aquellos vikingos.
Ojáncanu
 También resulta curioso que en el folclore cántabro haya permanecido la figura del ojáncanu, un gigantón barbudo con un solo ojo al que acompañan dos cuervos que le informan de lo que ocurre por los alrededores, como si fuera una deformación de Odín, el dios principal de la mitología nórdica.
Fue en Cantabria donde se halló la piedra vikinga que ya no existe. Fue destruida en los años 80 del siglo XX.
Apareció en Gornazo (Miengo, Cantabria) y era un bloque calizo de 2,5 por 2 metros y casi 1 metro de espesor, aparentemente natural y de color ligeramente amarillento. Se encontraba tumbada en un prado junto a la cueva de La Zorra (actualmente tapada), que se localiza en una pequeña elevación dominando la desembocadura de la ría del Pas que tal vez sirvió de oteadero de ballenas. Originalmente enterrada, la piedra se descubrió al construirse un camino en la zona, pero desafortunadamente fue picada hasta quedar totalmente destruida. Su particularidad reside en que hacia el centro de una de las caras, planas, tenía grabado en incisión fina-media una serie de dibujos entre los que se podía observar la figura de un gran barco del que salía una gran cabeza humana y posibles velas, así como otros dibujos de más difícil clasificación, como un posible arpón.

lunes, 18 de agosto de 2014

Cuando la cerveza Guinness salvó a Irlanda


A los beneficios ya conocidos del consumo moderado de cerveza, hoy vamos a añadir el de ser la responsable de que Irlanda pudiese mantener su neutralidad durante la Segunda Guerra Mundial.

Arthur Guinness, fundador de la cerveza Guinness en Dublín (Irlanda) en 1759, fue un empresario atípico para la época -incluso lo sería hoy en día-. Además de preocuparse de que su negocio fuese rentable, también se preocupó del bienestar de sus trabajadores y de los más necesitados de la sociedad: fundó organizaciones benéficas, construyó viviendas sociales para los más pobres… Sus herederos mantuvieron la política del fundador: todos los trabajadores que lucharon en la Primera Guerra Mundial recuperaron sus puestos de trabajo cuando regresaron a casa y, durante este tiempo, sus familias recibieron la mitad del salario habitual de estos trabajadores; a finales de los años 20, su salario era un 20% mayor que en la competencia, disponían de becas para la educación de los hijos, tenían cubiertos los gastos médicos… algo así como los trabajadores del tío Google en la actualidad. Durante la Segunda Guerra Mundial, Guinness prometió a todos los soldados británicos que tendrían una botella de su cerveza negra el día de Navidad. Incluso trabajadores ya jubilados se presentaron como voluntarios en las fábricas para ayudar a cumplir aquella promesa.
En 1939, al estallar la Segunda Guerra Mundial, el Primer Ministro Eamon De Valera declaró la neutralidad de Irlanda. Aquella decisión no gustó nada en Londres y provocó el enfado de Winston Churchill, en aquel momento Primer Lord del Almirantazgo. A pesar de todo, Irlanda mantenía su independencia política y nada se podía hacer desde Londres… o eso creía De Valera. En 1940, y ya como Primer Ministro, Churchill comienza su jugada maestra para obligar a Irlanda a romper su neutralidad y poder utilizar los estratégicos puertos irlandeses.
Su macabro plan consistía en estrangular la economía irlandesa, con escasos recursos naturales y peligrosamente dependiente de los suministros británicos. Para ello, Churchill ordenó cortar los suministros de fertilizantes, gasolina, carbón… e incluso cereales. La economía irlandesa se derrumbó y el hambre comenzó a instalarse entre sus habitantes. En 1941 la situación de Irlanda era desesperada y De Valera comenzaba ya a plantearse ceder ante la pretensiones de Churchill, cuando apareció en escena Guinness. En marzo de 1942, en un esfuerzo por preservar el cereal para el pan, el gobierno irlandés impuso restricciones y prohibió la exportación de cerveza. 
Algo que, en teoría, poco o nada afectaba al plan de Churchill, dio un giro de 180º cuando las tropas británicas comenzaron a protestar por la escasez de Guinness. Por aquello de mantener la moral alta de los soldados, el gobierno británico volvió a suministrar cereal para mantener las exportaciones de cerveza. De Valera entendió que la Guinness era su baza para recuperar los suministros y su economía. Al poco tiempo, volvieron a prohibir la exportación alegando que no tenía suficiente carbón para seguir manteniendo la producción. Los británicos volvieron a suministrar carbón. Poco a poco, y manteniendo este patrón de intercambio, Irlanda consiguió recuperar los suministros, su economía y mantenerse neutral… a pesar de Churchill.

domingo, 17 de agosto de 2014

SEMMELWEIS

He aquí el caso de un médico que murió loco por exceso de conciencia.
Lavarse las manos es un gesto habitual, un gesto tan normal que si se piensa que gracias a él se han salvado miles de madres nos parece inverosímil y, no obstante, es así.
Antes de Semmelweis, un 20 por ciento de las madres morían al dar a luz; en tiempos de epidemia, esta cifra llegó a subir hasta el 96 por ciento. La causa, la fiebre puerperal.
En 1818 nacía en Buda, capital de Hungría, Ignaz Fülóp Semmelweis. Estudió medicina e ingresó como ayudante del profesor Klin en uno de los dos pabellones de maternidad del Hospital de Viena, capital entonces del imperio austrohúngaro. Dos pabellones había destinados a la maternidad; uno, el dirigido por el profesor Klin; otro, dirigido por el profesor Bartch. Semmelweis, entusiasta de su oficio, consistente según sus palabras a ayudar al fenómeno más bello de la vida que es la maternidad, se desolaba al ver que la fiebre puerperal causaba tan grande mortandad entre las parturientas. Un día comparó los libros de la maternidad de Bartch y la maternidad de Klin y vio con sorpresa que la mortandad en la primera de ellas era notablemente inferior a la de la segunda, en la que él mismo trabajaba, y ello, actuando sobre su curiosidad científica, le llevó a examinar los diversos sistemas de partos que podían efectuarse. No encontró más que una sola diferencia: en la maternidad Bartch los partos eran efectuados por comadronas; en la de Klin, por internos y estudiantes de medicina. Pretextando una reorganización de la maternidad, hizo que las comadronas pasasen de una a otra y, cosa extraña, la mortandad descendió allí donde actuaban las comadronas. Es decir, que las muertes eran más frecuentes en los partos ayudados por médicos o estudiantes aventajados que normalmente usaban métodos más científicos que no los empíricos usados por las comadronas.
Semmelweis hizo conocer estos resultados a los directores de ambas maternidades, los cuales se encogieron de hombros indicando que tal vez ello se debía a la brusquedad propia de los estudiantes, que procedían con menos delicadeza que las comadronas; pero el profesor Klin, visto que su sala era en la que se producía más mortandad, consintió en que la mitad de los estudiantes fuesen sustituidos por comadronas, y la mortandad descendió, pero no se le dio mayor importancia. Se decía que la fiebre puerperal era el tributo que las mujeres del pueblo debían pagar por la maternidad, barbaridad ésta que sería incomprensible hoy en día. Semmelweis hizo notar que las mujeres de la nobleza o simplemente acomodadas que parían en sus casas no eran víctimas de una mortandad tan grande. Para él estas consideraciones eran como una pesadilla.
Ignaz Fülóp Semmelweis
En el año 1847, un sabio anatomista de Viena, el profesor Kolletchka, procediendo a la disección de un cadáver se hirió en una mano, muriendo víctima de una fiebre repentina. Charlando con los colegas, Semmelweis se dio cuenta de que ciertas manifestaciones de la fiebre causante de la muerte de Kolletchka eran similares a las de la fiebre puerperal. Aquello le hizo meditar y de pronto, como un relámpago, todo se iluminó. Los estudiantes que ayudaban en los partos procedían de los cursos de anatomía en donde se efectuaban las disecciones. Eran ellos los que llevaban en sus manos el origen de la muerte de las parturientas y entre ellos estaba el mismo Semmelweis, que varias y frecuentes veces pasaba de una sala a otra. Él, que quería ayudar la vida, era el causante de muchas muertes, de tantas y tantas muertes que en sueños le habían atormentado y despierto le habían afligido. Sin quererlo él era un asesino.
Al día siguiente hizo instalar lavabos en la entrada de la sala de partos. Todos los estudiantes fueron obligados a lavarse las manos con una solución de cloruro de cal. En pocos días la mortalidad por fiebre puerperal descendió a menos del uno por ciento. El milagro se había producido: todo consistía en lavarse las manos. Pasteur no había todavía dado a conocer el mundo de los microbios ni Jenner había descubierto la asepsia, pero Semmelweis, intuitivamente, la había puesto en práctica.
¿Supuso este descubrimiento el triunfo de Semmelweis? Pues no.
Los estudiantes encontraron molesto, e incluso ofensivo, el hecho de tener que lavarse las manos, y profesores y alumnos estuvieron acorde que el descenso de la mortalidad era pura coincidencia. Uno de los que se sublevó contra la orden fue el profesor Klin, y Semmelweis le cortó el paso a la sala de partos; indignado el profesor, le expulsó del hospital, con gran escándalo en el cuerpo médico de Viena, que impidió a Semmelweis ejercer la medicina.
Ello alteró sus facultades mentales, se le vio errar alrededor del hospital cada día más sombrío y de peor humor. Empezó a sufrir de manía persecutoria, hasta cierto punto justificada. Se veía rodeado de enemigos por todas partes, gritaba, apostrofaba a los transeúntes, hasta que un día empezó a correr por las calles gritando, hasta que llegó al hospital. Allí se dirigió corriendo hasta la sala de disección donde los alumnos estaban disecando un cadáver. Semmelweis se apoderó de un escalpelo, apartó a empujones a alumnos y profesores y empezó a cortar el cadáver y después a sí mismo, mezclando sus heridas con la infección cadavérica. Los asistentes reaccionaron, pero demasiado tarde, la herida que se había producido era muy profunda. La infección ganó terreno, su fiebre era similar a la fiebre puerperal que él había inoculado inconscientemente a tantas y tantas madres. Su infección era mortal.
Pocos días después moría en el manicomio.

Hoy en Buda, en la casa donde nació, situada en la calle que lleva hasta el Baluarte de los Pescadores, se conserva la casa en donde nació Semmelweis, hoy convertida en pequeño museo. Una discreta lápida recuerda que allí vio por primera vez la luz el hombre que descubrió el sistema de salvar a muchas madres.

sábado, 16 de agosto de 2014

You'll never walk alone

"You'll never walk alone" traducido como Nunca caminarás solo, es una canción grabada originalmente para el musical Carousel de 1945, y que años después fue adoptada como himno por el equipo de fútbol inglés, el Liverpool FC.
Fue compuesta para el musical Carousel por Richard Rodgers y Oscar Hammerstein. En la obra original de Broadway, el personaje de Billy Bigelow se suicida al verse acorralado por la policía tras un atraco fallido y Julie llega a tiempo para oír sus últimas palabras. Para consolarla por esa pérdida, Nettie le canta la canción. La pieza volverá a sonar al final de la obra, cantada por Julie y un coro durante una fiesta de graduación.
El musical fue un éxito, llegando a realizarse una adaptación al cine, y la canción logró repercusión por la temática de la letra. Frank Sinatra hizo una versión de la canción, que se situó en puestos altos de las listas americanas, y más tarde le siguieron otros músicos como Elvis Presley, Johnny Cash, Barbra Streisand,  Nina Simone, Los Tres Tenores, Louis Armstrong entre muchos. En Inglaterra, el grupo musical de Liverpool, Gerry & The Pacemakers adaptó la letra en 1960 y consiguió que ésta fuese el número 1 en las listas británicas el 26 de octubre de 1963.

En fútbol es especialmente conocida por ser el himno del Liverpool FC desde la década de 1950, siendo interpretada por sus aficionados minutos antes del pitido inicial del partido. La popularidad de la canción es tal que el equipo inglés tiene la frase "You'll never walk alone" en su escudo. Otros aficionados adoptaron la canción para animar a sus clubes, siendo el caso más conocido el del Celtic Glasgow. El club escocés llegó a dedicar la canción, durante un partido de la Liga de Campeones entre Celtic y FC Barcelona, a las víctimas del atentado del 11 de marzo. Por otro lado, el grupo de rock inglés Pink Floyd, en el tema Fearless de su disco Meddle de 1971, incluyó una grabación en vivo de las tribunas cantando el himno al final de dicha canción. El FC St. Pauli también adoptó la canción a raíz de sus buenas relaciones con el Celtic Glasgow.
En Estados Unidos, dado que en Carousel la canción se interpreta también en una fiesta de graduación, es tradicional que en algunas universidades se cante durante éstas celebraciones.


Letra original en Inglés
Traducción al español

When you walk through a storm,
hold your head up high,
and don't be afraid of the dark ;
at the end of the storm there is a golden sky
and the sweet silver song of the lark.
Walk on through the wind,
walk on through the rain,
though your dreams be tossed and blown.
Walk on, walk on with hope in your heart,
and you'll never walk alone,
you'll never walk alone.
Walk on, walk on with hope in your heart,
and you'll never walk alone,
you'll never walk alone.


Cuando camines a través de la tormenta,
Mantén la cabeza alta,
Y no temas por la oscuridad;
Al final de la tormenta encontrarás la luz del sol
Y la dulce y plateada canción de una alondra.
Sigue a través del viento,
Sigue a través de la lluvia,
Aunque tus sueños se rompan en pedazos.
Camina, camina, con esperanza en tu corazón,
Y nunca caminarás solo,
Nunca caminarás solo.
Camina, camina, con esperanza en tu corazón,
Y nunca caminarás solo,
Nunca caminarás solo.



martes, 12 de agosto de 2014

El Réquiem de Mozart

Un día, un hombre alto y flaco apareció en la casa de Mozart y le entregó una carta, en la cual una persona de alto rango le encargaba que escribiera, en el plazo de un mes y por el precio que el mismo compositor debía fijar, una misa de Réquiem a la memoria de un amigo fallecido. La única condición que se exigía en el encargo era que nunca, bajo ninguna circunstancia, intentaría el compositor averiguar la identidad de quien había escrito la carta.
En esa época, Mozart se encontraba en un estado de gran depresión nerviosa, agotado por el trabajo excesivo, enfermo y cargado de deudas. Contempló al visitante...
— ¿Es la Muerte —pensó—, que me encarga que escriba la música para mis propios funerales? ¿Habrá sonado mi hora? ¿Deberé morir, a los treinta y cinco años de edad?
        —Tenga la amabilidad de decirme el precio, señor. —La voz del desconocido sonó como si llegara de otro mundo.
El precio —pensó Mozart—, ya sé: el precio será mi vida, pero debo aceptar. Necesito el dinero desesperadamente. Tengo que pagar al tendero y al casero. Quisiera enviar a mi Stanzi a Baden..., necesita un cambio de aires. ¡Qué loco estoy! Este hombre que tengo frente a mí es ni más ni menos que un ser humano corriente. Tiene un aspecto algo marchito... tal vez sea eso lo que me ha impresionado. Estoy fatigado, exhausto; veo fantasmas...
Y, dirigiéndose al visitante, dijo con voz firme:
        — El precio será de cincuenta ducados.
El desconocido aceptó y, abriendo una pequeña bolsa de cuero, contó el dinero sobre la mesa. Luego se dirigió lentamente a la puerta, prometió volver al cabo de un mes y desapareció.
Transcurrió el mes y Mozart no había terminado el encargo. Frecuentes desmayos e hinchazón de sus piernas y manos le impedían la necesaria concentración. Tuvo que pedir al desconocido un nuevo plazo de cuatro semanas.
Perseguido por funestos pensamientos, Mozart escribió una página tras otra... El "Réquiem Aeternam", el "Dies Irae" el "Kyrie", el "Domine Jesu"..., toda la gigantesca visión del Juicio Universal, algo de lo más sublime que en música haya jamás concebido la mente humana.
En la tarde del domingo 4 de diciembre de 1791, llamó a algunos amigos junto a su lecho; repartió las particellas vocales de la nueva obra, que fue cantada y tocada mientras Mozart, con fatigado gesto, dirigía. Cuando llegaron al "Lacrimosa" Mozart lloró convulsivamente. Luego habló con su alumno Süssmayer. En voz muy tenue, pero firme, le dio amplias instrucciones para completar la partitura. A medianoche perdió el conocimiento. En pleno delirio, intentaba cantar frases del Réquiem; cerca de la una de la madrugada abrió los ojos un momento, sonrió débilmente y murió.
Al día siguiente, el barón Von Swieten, rico amigo de Mozart, visitó a la viuda y le aconsejó no despilfarrar el dinero para el entierro. Así Mozart fue sepultado en la fosa común. Cuando el coche fúnebre llegó, completamente solo, al cementerio, una vieja mendiga, sentada junto a la puerta, preguntó al sepulturero:
        — ¿Quién os traen ahí?
        —No es más que un kapellmeister —contestó el hombre.
Aproximadamente veinte años después, un hombre llamado Leutgeb, habitante en el pueblo de Stuppach, confesó poco antes de morir que en una ocasión, estando al servicio del conde de Walsegg, había sido enviado a Viena por su amo para entregar una carta al compositor Wolfgang Amadeus Mozart. El conde, aficionado a la música y extraordinariamente rico, había ya utilizado a Leutgeb en muchas otras ocasiones para entrar en contacto con compositores renombrados y encargarles la composición de distintas obras. Cuando las partituras terminadas llegaban, el conde solía copiarlas de su propio puño y letra y luego las hacía publicar y ejecutar bajo su propio nombre. Al principio del año 1791 había muerto la mujer del conde y Walsegg decidió encargar a Mozart que escribiera un Réquiem. Hacía mucho tiempo que admiraba las obras de Mozart. Pero hasta que no se enteró de las difíciles condiciones financieras en que se desenvolvía el compositor, no se atrevió a dirigirse a él. Así fue como Leutgeb se dirigió a Viena y negoció con Mozart. Después de la muerte de éste fue a ver a su viuda, quien le entregó la partitura del Réquiem.
El conde, como de costumbre, copió cuidadosamente la obra y escribió en su primera página: "Réquiem compuesto por el conde Walsegg." Dos años más tarde hizo ejecutar la obra en Wiener-Neustadt. Pero Constanze Mozart, en flagrante incumplimiento del acuerdo entre Walsegg y su difunto marido, organizó al mismo tiempo una ejecución del Réquiem en Viena, bajo el nombre de su verdadero compositor.
El conde inició un pleito contra la viuda de Mozart. La causa, sin embargo, fue sobreseída y Walsegg, disgustado y desilusionado, salió del desagradable asunto vencido y humillado; pero fue él quien provocó la composición de una de las más grandes obras maestras de la música.



lunes, 11 de agosto de 2014

La leyenda del Ajedrez


Hay una leyenda que dice que reinó en la India un príncipe llamado ladava, señor de la provincia de Taligana y uno de los soberanos más ricos y generosos de su tiempo, que por el deber de velar por la tranquilidad de sus súbditos, se vio obligado a empuñar la espada para rechazar, al frente de su pequeño ejército, un ataque insólito y brutal del aventurero Varangul, que se hacía llamar príncipe de Calián.
El rey ladava poseía un gran talento militar. Sereno ante la inminente invasión, elaboró un plan de batalla, y tan hábil y tan feliz fue al ejecutarlo, que logró vencer y aniquilar por completo a los fanáticos de Varangul. Le costó desgraciadamente duros sacrificios, muchos jóvenes xatrias pagaron con su vida la seguridad del trono y el prestigio de la dinastía. Entre los muertos, con el pecho atravesado por una flecha, quedó en el campo de combate el príncipe Adjamir, hijo del rey ladava, que se sacrificó patrióticamente en lo más encendido del combate para salvar la posición que dio a los suyos la victoria
Terminada la cruenta campaña, regresó el rey a su suntuoso palacio de Andra. Impuso, sin embargo, la rigurosa prohibición de celebrar el triunfo con las ruidosas manifestaciones con que los hindúes solían celebrar sus victorias. Encerrado en sus aposentos, sólo salía de ellos para oír a sus ministros y sabios brahmanes cuando algún grave problema lo llamaba a tomar decisiones en interés de la felicidad de sus súbditos.
Con el paso del tiempo, lejos de apagarse los recuerdos de la penosa campaña, la angustia y la tristeza del rey se fueron agravando. ¿De qué le servían realmente sus ricos palacios, sus elefantes de guerra, los tesoros inmensos que poseía, si ya no tenía a su lado a aquél que había sido siempre la razón de ser de su existencia? El desgraciado monarca se pasaba horas y horas trazando en una gran caja de arena las maniobras ejecutadas por sus tropas durante el asalto.
Una vez completado el cuadro de los combatientes con todas las menudencias que recordaba, el rey borraba todo para empezar de nuevo, como si sintiera el íntimo gozo de revivir los momentos pasados en la angustia y la ansiedad.
Un día, al fin, el rey fue informado de que un joven brahmán -pobre y modesto- solicitaba audiencia. Llegado a la gran sala del trono, el brahmán fue interpelado, conforme a las exigencias de ritual, por uno de los visires del rey.
-¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Qué deseas de aquel que por voluntad de Vichnú es rey y señor de Taligana?
-Mi nombre - respondió el joven brahmán - es Lahur Sessa y procedo de la aldea de Namir que dista treinta días de marcha de esta hermosa ciudad. Al rincón donde vivía llegó la noticia de que nuestro bondadoso señor pasaba sus días en medio de una profunda tristeza, amargado por la ausencia del hijo que le había sido arrebatado por la guerra. Pensé, pues, que convenía inventar un juego que pudiera distraerlo y abrir en su corazón las puertas de nuevas alegrías. Y ese es el humilde presente que vengo ahora a ofrecer a nuestro rey ladava.
Lo que Sessa traía al rey ladava era un gran tablero cuadrado dividido en sesenta y cuatro casillas iguales. Sobre este tablero se colocaban dos series de piezas que se distinguían una de otra por sus colores blanco y negro. Había reglas curiosas para moverlas de diversas maneras. Sessa explicó pacientemente al rey, a los visires y a los cortesanos que rodeaban al monarca, en qué consistía el juego y les explicó las reglas esenciales:
-Cada jugador dispone de ocho piezas pequeñas: los "peones". Representan la infantería. Secundando la acción de los peones, vienen los "elefantes de guerra", representados por piezas mayores y más poderosos. La "caballería", indispensable en el combate, aparece igualmente en el juego simbolizada por dos piezas que pueden saltar como dos corceles sobre las otras. Y, para intensificar el ataque, se incluyen los dos "visires" del rey, que son dos guerreros llenos de nobleza y prestigio. Otra pieza, dotada de amplios movimientos, más eficiente y poderosa que las demás, representará el espíritu de nacionalidad del pueblo y se llamará la "reina". Completa la colección una pieza que aislada vale poco pero que es muy fuerte cuando está amparada por las otras. Es el "rey".
El rey Iadava, interesado por las reglas del juego, no se cansaba de interrogar al inventor:
-¿Y por qué la reina es más fuerte y más poderosa que el propio rey?
-Es más poderosa - argumentó Sessa - porque la reina representa en este juego el patriotismo del pueblo.
Al cabo de pocas horas, el monarca, que había aprendido con rapidez todas las reglas del juego, lograba ya derrotar a sus visires en una partida impecable. En un momento dado observó el rey, con gran sorpresa, que la posición de las piezas, tras las combinaciones resultantes de los diversos lances, parecía reproducir exactamente la batalla de Dacsina.
-Observad - le dijo el inteligente brahmán - que para obtener la victoria resulta indispensable el sacrificio de este visir.
E indicó precisamente la pieza que el rey Iadava había estado a lo largo de la partida defendiendo o preservando con mayor empeño. El juicioso Sessa demostraba así que el sacrificio de un príncipe viene a veces impuesto por la fatalidad para que de él resulten la paz y la libertad de un pueblo. Al oír tales palabras, el rey ladava, sin ocultar el entusiasmo que embargaba su espíritu, dijo:
-¡No creo que el ingenio humano pueda producir una maravilla comparable a este juego tan interesante e instructivo! Moviendo estas piezas tan sencillas, acabo de aprender que un rey nada vale sin el auxilio y la dedicación constante de sus súbditos, y que a veces, el sacrificio de un simple peón vale tanto como la pérdida de una poderosa pieza para obtener la victoria.
Y dirigiéndose al joven brahmán, le dijo:
-Quiero recompensarte, amigo mío, por este maravilloso regalo que tanto me ha servido para el alivio de mis viejas angustias. Dime, pues, qué es lo que deseas, dentro de lo que yo pueda darte, a fin de demostrar cuán agradecido soy a quienes se muestran dignos de recompensa
-No deseo más recompensa por el presente que os he traído, que la satisfacción de haber proporcionado un pasatiempo al señor de Taligana a fin de que con él alivie las horas prolongadas de la infinita melancolía. Estoy pues sobradamente recompensado, y cualquier otro premio sería excesivo
-Exijo que escojas una recompensa digna de tu valioso obsequio. ¿Quieres una bolsa llena de oro? ¿Quieres un arca repleta de joyas? ¿Deseas un palacio? ¿Aceptarías la administración de una provincia? ¡Aguardo tu respuesta y queda la promesa ligada a mi palabra!
-Rechazar vuestro ofrecimiento tras lo que acabo de oír, respondió Sessa, sería menos descortesía que desobediencia. Aceptaré pues la recompensa que ofrecéis por el juego que inventé. No deseo ni oro, ni tierras, ni palacios. Deseo mi recompensa en granos de trigo.
-¿Granos de trigo? - exclamó el rey sin ocultar su sorpresa ante tan insólita petición - ¿Cómo voy a pagarte con tan insignificante moneda?
-Nada más sencillo - explicó Sessa - Me daréis un grano de trigo para la primera casilla del tablero; dos para la segunda; cuatro para la tercera; ocho para la cuarta; y así, doblando sucesivamente hasta la última casilla del tablero.
El rey ordeno que entregaran la recompensa inmediatamente y agregó que era un pedido muy poco digno de su generosidad, los sabios del rey al tratar de encontrar el numero que correspondía a la cantidad de granos de trigo se dieron cuenta que era un numero muy grande de imaginar en esos días.
-Calculamos el número de granos de trigo y obtuvimos un número cuya magnitud es inconcebible para la imaginación humana. El trigo que habrá que darle a Lahur Sessa equivale a una montaña que teniendo por base la ciudad de Taligana se alce cien veces más alta que el Himalaya.
Así fue como el rey aprendió otra lección: a ser prudente, y olvidando la montaña de trigo que sin querer había prometido al joven brahmán, le nombró primer visir.

                                                                                                              

El número de granos en cuestión que debería de recibir el brahmán sería de:
18.446.744.073.709.551.615.

Saber el peso de un sólo grano de trigo es complicado, y depende del grano en concreto pero se puede establecer que 1.000 granos de trigo, aproximadamente pueden pesar al rededor de 30 gr.
Entonces, cada kilo de trigo contiene aproximadamente 33.333,33 granos, por lo que los kilos de trigo que debería de pagar el rey Iadava son:
553.402.377.551.523 es decir 553.402,37 millones de toneladas.

Si tenemos en cuenta que el Departamento de Agricultura de los Estado Unidos (USDA) estima que la Producción Mundial de Trigo 2014/2015 será de 705.17 millones de toneladas, haciendo los cálculos precisos y redondeando a la baja salen 784 cosechas mundiales.


viernes, 1 de agosto de 2014

El suplicio del rey Sol

El hombre que ha pasado a la historia como el arquetipo del monarca absoluto, un gobernante de lo más mundano cuyo poder le había sido conferido directamente por Dios (L’état c’est moi, El estado soy yo), ese hombre, que ordenó la construcción del palado de Versalles y de los jardines más fastuosos del mundo, pasó una buena parte de su vida sometido a un terrible martirio.

Luis XIV el Rey Sol
Su médico personal estaba absolutamente convencido de que todas las enfermedades que sufría el ser humano tenían su origen en la dentadura. Siguiendo esta premisa y para proteger a su amado rey de cualquier malestar y, a ser posible, evitar también enfermedades más graves, no sólo le extrajo todos los dientes, sino que, mientras llevaba a cabo este descabellado tratamiento, acabó rompiendo una parte de la regia mandíbula.
A partir de entonces su majestad, una persona de buen comer y aficionado a los placeres de la mesa, tuvo que limitarse a engullir sopas y caldos mientras sus comensales degustaban perdices, faisanes y jabalíes. Incluso las más exquisitas delicatessen como el caviar, el paté de trufas o las codornices ahumadas, debían ser trituradas hasta convertirlas en un fino puré antes de llegar al estómago del rey Sol.
Esto provocaba, según relataban testigos de la época, que durante las comidas una parte de los alimentos ingeridos acabaran saliéndosele por la nariz. Qué situación más grotesca: un gobernante entregado al placer y al poder y para el que el lujo y la ostentación lo eran todo, condenado de por vida a renunciar a uno de los más elementales placeres de los sentidos.