Hellen Keller |
Hellen Keller (1880-1968) era una joven norteamericana que a los
dieciocho meses, después de una grave enfermedad, se encontró ciega y sorda, y
casi muda a consecuencia de la sordera. Su alma parecía casi cerrada a las
impresiones del exterior, su bagaje intelectual se limitaba a muy pocas ideas,
la de los objetos que se encontraban al alcance de su mano, y aun éstos eran
dudosos en medio de las espesas tinieblas que la rodeaban.
No obstante esta
dificultad, al parecer insuperable, Hellen Keller, siempre sorda y siempre
ciega, logró a los treinta y dos años ser una personalidad distinguida y muy
instruida, siguiendo los cursos en una universidad y obteniendo brillantes
notas en los exámenes de idiomas.
Fue suficiente hacerle ciertos signos en la
mano mientras ella tocaba los objetos para que en veinte días comprendiese que
toda idea estaba representada por un signo especial, gracias al cual los
hombres podían comunicarse entre sí.
Un mes y medio más tarde conocía por el
tacto los caracteres del alfabeto Braille.
Pasado un mes más, lograba escribir
una carta a uno de sus primos; y al cabo de tres años había adquirido una
cantidad de ideas y de palabras suficientes para sostener una conversación,
leer con inteligencia y escribir en buen inglés.
Con el presidente Eisenhower |
Se tuvo entonces la idea de
hacerle tocar los movimientos de la faringe, de los labios y de la lengua que
acompañan a la palabra, e imitando estos movimientos logró reproducir los
sonidos que se articulaban en su presencia.
Un mes le fue suficiente para
aprender a hablar correctamente el inglés, y con sólo poner la mano sobre los
labios de su interlocutor comenzaba a leer con los dedos las palabras que él
emitía.
No contenta con hablar su propio idioma, estudió el
alemán, para conocer directamente las grandes obras de la literatura germánica,
el francés, que escribía correctamente, y hasta el latín y el griego, que le
exigieron para sus exámenes universitarios.
El resumen de esta vida admirable lo hace la propia
Hellen Keller en una de sus cartas: «Soy tan feliz que quisiera vivir siempre,
porque hay muchas cosas hermosas que aprender.»
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