martes, 20 de mayo de 2014

Hellen Keller


Hellen Keller
Hellen Keller (1880-1968) era una joven norteamericana que a los dieciocho meses, después de una grave enfermedad, se encontró ciega y sorda, y casi muda a consecuencia de la sordera. Su alma parecía casi cerrada a las impresiones del exterior, su bagaje intelectual se limitaba a muy pocas ideas, la de los objetos que se encontraban al alcance de su mano, y aun éstos eran dudosos en medio de las espesas tinieblas que la rodeaban. 
No obstante esta dificultad, al parecer insuperable, Hellen Keller, siempre sorda y siempre ciega, logró a los treinta y dos años ser una personalidad distinguida y muy instruida, siguiendo los cursos en una universidad y obteniendo brillantes notas en los exámenes de idiomas. 
Fue suficiente hacerle ciertos signos en la mano mientras ella tocaba los objetos para que en veinte días comprendiese que toda idea estaba representada por un signo especial, gracias al cual los hombres podían comunicarse entre sí. 
Un mes y medio más tarde conocía por el tacto los caracteres del alfabeto Braille. 
Pasado un mes más, lograba escribir una carta a uno de sus primos; y al cabo de tres años había adquirido una cantidad de ideas y de palabras suficientes para sostener una conversación, leer con inteligencia y escribir en buen inglés.
Con el presidente Eisenhower
Se tuvo entonces la idea de hacerle tocar los movimientos de la faringe, de los labios y de la lengua que acompañan a la palabra, e imitando estos movimientos logró reproducir los sonidos que se articulaban en su presencia.
Un mes le fue suficiente para aprender a hablar correctamente el inglés, y con sólo poner la mano sobre los labios de su interlocutor comenzaba a leer con los dedos las palabras que él emitía.
No contenta con hablar su propio idioma, estudió el alemán, para conocer directamente las grandes obras de la literatura germánica, el francés, que escribía correctamente, y hasta el latín y el griego, que le exigieron para sus exámenes universitarios.
El resumen de esta vida admirable lo hace la propia Hellen Keller en una de sus cartas: «Soy tan feliz que quisiera vivir siempre, porque hay muchas cosas hermosas que aprender.»






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