miércoles, 26 de febrero de 2014

El maestro Rossini


Cuando hubo firmado el contrato para el Barbero de Sevilla, Rossini dijo que se ponía a trabajar. Habitaba en el mismo piso que el tenor García que tenía que cantar la parte de Almaviva y el tenor cómico Zamboni. Cada uno tenía su habitación y compartían un salón en el que había un piano sobre el cual puso Rossini el libreto del Barbero. Pero esto fue todo. Rossini no se ponía nunca al piano, se contentaba con pasear por el piso sin decir una palabra a nadie. Al cabo de una semana García no pudo dejar de decirle:

- Piensa que el tiempo pasa y todavía no has hecho nada.
- ¿Qué no he hecho nada? Ahora verás.

Y sentándose al piano cantó la cavatina de Fígaro, la de Rosina, las arias de Almaviva y don Basilio, el dueto, el quinteto; en fin, toda la ópera. La partitura entera estaba en su cabeza y no le quedaba más que escribirla. Al día siguiente llamó a los copistas, escribía un fragmento de la ópera y se lo daba para que lo copiasen y lo llevasen al teatro para los ensayos.
Tal era la facilidad del gran maestro.


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