Cuenta la
gente de Nayarit (México) -lugar donde se ubica el conocido 'Muelle de San Blas'-
que hace aproximadamente unas seis décadas, una mujer joven, de cerca de 18 años
de edad, vivía a las orillas del muelle trabajando en uno de los restaurantes para
los marineros ubicado en dicho lugar. Un día llegó a Nayarit un marinero extranjero,
de unos 20 años de edad, que comenzó a trabajar en uno de los embarques de atún
y salmón del muelle. Este marinero conoció a la joven, y los dos, durante un tiempo,
mientras él permanecía trabajando en Nayarit, vivieron un intenso romance, antes
de que tuviera que zarpar rumbo al norte de las aguas del Océano Pacífico.
El marinero
prometió a la joven que regresaría y se casaría con ella. Ella, bañada en lágrimas,
le juró por la inmensidad del mar que le esperaría para tal hecho, ya que aquel
marinero extranjero era su primer y único amor. Cada domingo, día en el que regresaban
los barcos, acudía al muelle de San Blas a esperarlo…
Pero su espera comenzó a ser
eterna, ya que ningún barco le devolvía a su amor. Pasaron muchos años, y aquella
mujer aguardaba muchas tardes en el muelle a aquel marinero que le había enamorado
locamente y prometido regresar para casarse con ella. Pero esas largas esperas resultaron
baldías, ya que la tristeza, la desesperación, la nostalgia y la inmensa soledad
la fueron atrapando hasta el punto de hacerla enloquecer… Tanto fue así, que comenzó
a acudir al muelle vestida de novia, con un ramo de flores en las manos, para esperar
a su amado. Mucha gente la veía y le impresionaba verla de aquella manera. Muchos
la ignoraban, pero no faltó el atrevido que le preguntó el porqué de vestirse de
novia. Ella respondía siempre lo mismo: "Mi amado llega mañana al muelle. Yo
le prometí que le esperaría. Que le esperaría con este vestido, así me reconocerá"...
Y así fue
como, a partir de entonces, cada domingo se podía ver a aquella mujer en el muelle
de San Blas. Una mujer que, con el paso de los años, comenzó a teñir su pelo de
canas, su piel se curtió y arrugó por las largas horas al sol... Y así fue como
ella comenzó a envejecer ahí, junto al mar, y la gente la comenzó a llamar 'La loca
del muelle de San Blas'.
Un día, las
gentes de Nayarit, al verla llorar sola junto al muelle, pensaron que lo mejor sería
que estuviera en un hospital para enfermos mentales. Un lugar para que pudiera mitigar
-en parte- su dolor por intentar terminar con esa locura... Y así fue como una tarde
de abril, varias personas con trajes de médico llegaron al muelle para trasladarla
a un sanatorio mental. Ella no lo permitió, alegando que ya pertenecía al mar, que
su cuerpo y su alma estaban enraizados con el líquido elemento, y que nunca se separaría
de ese lugar, porque era ahí donde llegaría su amor para buscarla y casarse con
ella. "Nunca me cansaré de esperarlo", repetía a quién le preguntaba.
Dicen que
su casa, que se encontraba por encima de unas enormes rocas, junto al muelle, estaba
inundada de fotografías de aquel marinero desaparecido, conservando también parte
de su vestimenta de novia, una Biblia, un rosario y todo lo necesario para la boda
que soñó junto a aquel amor que la trastornó.
Nunca se supo
si el marinero la abandonó realmente o murió en uno de los viajes que hizo a través
del mar. Nadie sabe si 'La loca del muelle de San Blas' tenía familia, amigos o
alguna persona que se hiciera cargo de ella. Nunca nadie supo tampoco como se llamaba...
Hasta el miércoles 16 de septiembre de 2012, día en el que lo que parecía una leyenda
se convertía en realidad. Ese día moría 'La loca del muelle de San Blas'.
Rebeca Méndez Jiménez |
Su nombre era Rebeca Méndez Jiménez. Tenía 63 años. Toda esta historia tuvo su punto de partida nada menos que un 13 de octubre de 1971 en 'El Borrego', la playa del muelle de San Blas. Rebeca y Manuel -así se llamaba el marinero- tendrían que haberse casado sólo tres días después.
Su triste
historia de amor inspiró a la banda mexicana de pop Maná para crear -en 1998- el
tema 'En el muelle de San Blas'... Dicen los que la conocieron que Rebeca fue consciente
en todo momento de que la canción estaba inspirada en su vida. Rebeca se ganaba
la vida barriendo las calles de Nayarit y pidiendo limosna a los turistas que llegaban
al muelle.
Dicen que, a cada persona que le daba algunas monedas,
le decía siempre lo mismo: "Mañana va a llegar. Mi novio llegará al muelle
y nos vamos a casar”. Mucha gente no entendía que quería decir con eso y solía ignorarla,
pero otros le preguntaban a que se refería. Ella les contaba la historia y confesaba
que había olvidado hasta su propio nombre, pero que había algo que nunca olvidaría,
algo que repetía constantemente: “Voy a esperar a mi amado hasta que llegue. Voy
a cumplir la promesa que nos hicimos aquí, en el Muelle de San Blas”.